martes, 19 de junio de 2012

Sálvanos, Señor y Dios nuestro


Amaras a tu prójimo, este mandamiento esta contemplado (Levítico 19,18), pero sólo reconoce como prójimo a quien es miembro del pueblo de Dios. Pero fuera de él los grupos sociales sólo encuentran su identidad oponiéndose unos a otros.

No harás amistad: el texto dice: “odiarás a tu enemigo”. La expresión no se encuentra así en la Biblia, pero sí su equivalente (Dt 7,2). Al hablar de los otros pueblos que conviven con los judíos en Palestina, se pide que no se los ayude (Esd 9,12) e incluso que se los haga desaparecer (Núm 31) antes que compartir con ellos la tierra prometida.

Con el Evangelio nuestro Señor Jesús nos enseña a reconocer y a amar a las personas y a los pueblos así como Dios los reconoce y los ama: ésa es una novedad que ignoraba el mundo y que todavía le cuesta aceptar tanto a los que tienen alguna religión como a los que no la tienen.

El amor a los enemigos: Mc 12,31; Lc 10,27; Rom 13,9; Gál 5,14; Stgo 2,8; Rom 12,20; Lc 23,34; He 7,60; Rom 12,14; 1Co 4,12; Ef 5,1. Amar al enemigo y orar por quienes son contrarios a nuestros criterios no es fácil, solo se entra en conciencia cuando le obedecemos a Dios, quien es el que hace que las personas cambien, pero también de nuestra parte esta el aprovechamiento de oportunidades para encontrar el camino de dialogo y de maduración humana. Cuando se llega a comprender que cada persona tiene su lugar en este mundo como hijos de Dios y que Dios dirige todo para el bien de todos, entonces iremos por el camino y con la luz que nos permite ver como Dios y no estamos lejos de ser perfectos como el Padre es perfecto. Jesús no pide solamente multiplicar obras buenas, como el perdón o la generosidad, que merecerían un premio de Dios. Cada uno de sus preceptos lleva a una transformación personal, a una superación de la mezquindad, del temor, de los prejuicios paralizantes. El discípulo que los cumple se elevará a una visión del mundo y de los hombres que lo hará cada vez más capaz de entrar en la ciencia y la sabiduría del Padre.

Es deber nuestro, además, defender con humildad y prudencia las tesis de nuestro Señor Jesús, frente a nuestro prójimo para que éste recapacite y entienda el mandamiento del amor de acuerdo a los criterios universales de Dios, es nuestro deber, es la obra, es caridad por el hermano en Cristo nuestro Señor y Señor de todos.

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