miércoles, 2 de julio de 2014

Retirad de mi presencia el estruendo del canto; fluya la justicia como arroyo perenne.


“Es mi manera de ser y de actuar, creo que lo que hago lo hago bien y para mi bien”. Podría ser las frases de auto-justificación que resonaban en nuestra mente juvenil y rebelde, pero cuantos también nos quedamos así hasta viejos, hasta que venga la muerte. Sin dejarnos ayudar de por Dios, pesar de estar en estado de esclavitud y de muerte. Posiblemente fue la razón de los habitantes de Gerasa, que no soportan a Jesús llevando el favor a los habitantes de su comarca.

Para una varadera conversión se requiere la ayuda de Dios. Todos sabemos de nuestra fragilidad, limitación y nuestra complacencia a las sensaciones de pecado. La conversión es de todos los días de nuestra vida. Estamos obligados a reflexionar sobre nuestra conducta para poderla corregir. Eso es lo que quiere Dios, un corazón contrito y arrepentido El no lo desprecia.

La narración del Evangelio de hoy, nos trae a colación, la presencia de espíritus del mal, que hacen presencia en algunos seres humanos. Que fácil penetran, sin embargo requieren de la voluntad de la persona de vida de pecado. Pero que difícil huir del pecado debido a que son muchos los que están al servicio del maligno y nos inducen. Ero caemos solo por ignorancia, puesto que al reaccionar, reflexionar y acudiendo a Dios. Podremos estar preservados del mal. ¿hasta dónde estamos dispuestos a dejar que Jesús vena a nuestro espíritu en vez de los espíritus del mal? ¿Estamos dispuestos a que el Señor venga a liberarnos? ¿Estamos dispuestos a renunciar a Satanás y sus obras para permitir que el Señor sea el Señor de mi vida?

La libertad humana: “la gente le suplicaron que se marchara de aquella región”
Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios. Oscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador (Rm 1,21-25). Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como a su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.” ( Concilio Vaticano II) 

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