miércoles, 30 de julio de 2014

Si vuelves, estarás en mi presencia


Evangélicamente hablando, el afortunado es el de corazón humilde y sencillo, este encuentra el mayor tesoro. “Dichosos los pobres en el espíritu” Nadie es más rico que aquellos que agradecen a Dios por lo que les ha sido concedido y lo ponen al servicio para ganar amigos para el cielo. Los que se despojan de la avaricia, de cierto modo viven en pobreza porque dan, ayudan, enseñan y sirven por amor. En cambio y como ejemplo encontramos el personaje rico que se acercó a Jesús y le preguntó qué debía hacer para obtener la vida eterna, que ante la propuesta del Maestro bueno, por culpa de sus apegos regreso por donde vino entristecido. No supo apreciar la tentadora oferta de Jesús,

La parábola contiene connotaciones espirituales, Aquel que por uno u otro motivo es capaz de reflexionar sobre el vacío que siente, reacciona ante su pobreza interior, llega a darse cuenta que hay algo mas pero que aun no lo posee y por gracia lo encuentra, Dios no se hace esperar para mostrarle el gran tesoro, Para aquel que lo ha buscado todo y que no ha logrado complacer su alma, la propuesta de Dios es un tesoro porque este sí que llena, si satisface, si da paz y porque el reino de los cielos tiene un contenido muy mayor que lo percatado en nuestro planeta tierra.

Pero hay algo mas, aquel que busca y que no encuentra y que no puede llenar su faltante, es posible que no se dé cuenta que existe un tesoro escondido y aunque lo vea, tampoco es capaz de identificarlo para acogerlo. Se puede fijar más en su renuncia que en el don ofrecido; pues toda acción conlleva a una reacción, en este caso es indispensable la conversión, “la venta de lo que posee”, el cambio de la manera de pensar, para reflexionar y llegar al cambio de vida. Para llegar a ser un solo cuerpo en Cristo, como nos dice san Pablo. “Que el amor sea sincero. Aborrezcan el mal y procuren todo lo bueno. Que entre ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño, y adelántense al otro en el respeto mutuo. Sean diligentes y no flojos. Sean fervorosos en el Espíritu y sirvan al Señor. Tengan esperanza y sean alegres. Sean pacientes en las pruebas y oren sin cesar. Compartan con los hermanos necesitados, y sepan acoger a los que estén de paso… más bien derrota al mal con el bien.” (cf. Rm.12,1-21) es como la escolaridad para la vida terrena y en el reino de los cielos.


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