Los actos religiosos, como oraciones, ofrendas y sacrificios, no funcionan de manera automática; y aunque quisiéramos no compromete la voluntad divina. Todos nuestros pensamientos, palabras y actos contienen una intencionalidad y es lo que cuenta para Dios. Uno puede tratar de auto justificarse para obtener el favor de Dios, sin cambiar su manera de pensar y su conducta. No te postres ante esos dioses, ni les sirvas, porque yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso.” (EX.20,5) Celoso en el sentido de no dar a otro lo que solo a Él pertenece. De esta manera es preciso hacer siempre una elección de lo que deben contener nuestro pensamiento y conducta, pero no siempre es fácil.
La Cruz y la espada - propuesta por nuestro Señor Jesús, es como una paradoja de vivir la fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando no entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la comunión. Nuestro Señor Jesús no está a favor de la violencia, pero si dice que ha venido a traer la espada y no la paz, es porque tomar partido por Él no es una elección fácil y pacífica, porque elegirle a Él es lo mismo que renunciar y denunciar el mal, aprender a obrar bien, buscar el derecho, enderezar al oprimido, defender al huérfano y a la viuda. Todo esto resulta siendo contradictorio en medio de tanta ambición e idolatría en que vive el mundo.
El amor de Dios está para todos y en todas partes, solo todo no somos aptos para recibir y obrar por amor. El amor unifica y Dios se complace en el. Por tanto Dios paga todo bien que hagamos por sus hijos, el mal disgrega y lleva a la violencia.Cuando lo que Dios quiere es que, empezando por nuestra casa y familia, seamos constructores de un mundo nuevo en paz terrena mediante la gracia divina.
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