martes, 8 de julio de 2014

El pueblo de Dios confía en el Señor.


Es tanto el amor que nuestro Señor Jesús siente por la humanidad que la compasión brota a flor de piel, en todos sus actos nos demuestra su misericordia al compadecerse de todos los sufrientes, necesitados, a los de menos; como que quisiera mostrarnos con sus atributos que a los ojos de Dios todos somos iguales; que las diferencias son físicas pero que lo más valioso que es el alma contiene una igualdad en dignidad a los ojos de Dios. Su compasión lleva a pedirnos que oremos para que Dios envíe más trabajadores más testigos suyos capaces de sentir compasión por los descarriados como ovejas sin pastor.

El interrogante de hoy, ¿será que Dios continúa haciendo lo mismo, y que las personas se enfrentan a las mismas situaciones donde solo la mano de Dios puede con su poder y autoridad remediar? Lógicamente, aunque el mundo lo vea de otro modo, las cosas de Dios están ocultas a los ojos de los soberbios y Dios las hace comprensibles a los humildes. Tampoco ha culminado el accionar del demonio y también esta en medio de nosotros buscando a quien matar.

La compasión del Señor es tan humana que llega mucho más cerca de las simples miradas a distancia o desde un parámetro jerárquico. El amor de Dios es tan grande que nosotros estamos en medio de él y no lo percibimos, nos toca y nos invade y nosotros lo confundimos. San Pablo nos lo explica de manera pedagógica: “El amor es paciente y muestra comprensión. La El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará.” (I Co. 4-8)



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