lunes, 3 de marzo de 2014

No han visto a Jesucristo, y lo aman; creen en él


El joven del Evangelio desea alcanzar la vida con el cumplimiento de la Ley, pero tiene su corazón puesto en las riquezas que posee y esto le impide escuchar la invitación que Jesús le hace: “Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme”. No pudo ser discípulo al tomó la dirección contraria “se marchó triste” el ave triste, creído de sus tenencias que le proporcionaban una seguridad terrena, por tanto volaba con una libertad que para éste era la única y vital. Conocer a Jesucristo y seguirlo tiene un contenido supremo, superior al dinero, es trascendente. Como nos decía el Evangelio de ayer “Nadie puede estar al servicio de dos amos” o se ama a Dios o se pone la confianza en el dinero. “La pobreza es amor antes de ser renuncia. Para amar es necesario dar. Para dar es necesario estar libre de egoísmo” (Madre Teresa de Calcuta).

No se trata de juzgar a quien tiene dinero, pues el dinero es necesario pero no es un fin; la confianza y la esperanza no pueden estar en el dinero, este dios terreno no puede ofrece seguridad, solo es un medio. Cuanto pecado se comete con este elemento, cuanta injusticia. Quien tiene su afán por el poseer pasa por encima de la dignidad de los demás, por encima de la justicia divina. Tanto dinero acumulado servirá para dejar pleitos, cuantos ricos pretenden auto justificarse y comportan su dinero conforme a la ley, pero no por ser así será suficiente, falta la caridad y la justicia frente a la humanidad y el amor, la lealtad y la confianza en Dios.

Miremos lo inservible del dinero y de quien lo posee, cuando es puesto por seguridad positivista en los bancos. Habiendo tanto desempleo tantas personas necesitadas. Tampoco se trata de una lucha de clases tampoco es cuestión de echarle la culpa a los ricos de la miseria del mundo, sino que haya caridad para que pueda haber agradecimiento como una respuesta del amor de Dios. “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Documento de Aparecida 29).


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