viernes, 18 de octubre de 2013

Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.


San Pablo en su carta a Timoteo, nos quiere hacer reflexionar sobre nuestra manera de ver los agravios, las heridas, los consuelos, bendiciones y maldiciones recibidas. Puesto todo en manos de Dios, el alma se supera para seguir adelante sin cargar el peso del pasado que no dice nada nuevo. Y Pablo tiene la alegría de haber podido cumplir la misión encomendada en Damasco, al afirmar que, por medio de él, se ha llevado a cabo la proclamación del Evangelio en beneficio sobre todo de los paganos.

La fiesta de hoy, recuerda al evangelista Lucas. Patrón de artistas y médicos. Autor de la tercera versión del Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos muestra en su legado que fue un personaje especial por su acompañamiento a los apóstoles, de largos diálogos con María Santísima, amanuense de san Pablo y especialmente dócil al Espíritu Santo. Según un prólogo de un escrito del siglo II, lo describe así: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”.

El pasaje del Evangelio, nos muestra el gran objetivo de los misioneros que es el mensaje de la invitación a la conversión y la aceptación del reino de Dios en los corazones; como valor supremo. Jesús envía a sus discípulos después de haberles recomendado que rueguen al dueño de la mies que los envíe como sus obreros. Lo decisivo no debe ser el bienestar personal, el buen trato y los cuidados de la hospitalidad. Comer y beber de lo que a bien tengan para ofrecer, sin sentirse una carga ni menospreciar la bondad ofrecida. En fin la misión no debe ser entorpecida por lo sentimientos temporales ni preocupaciones personales. La misión aparte del mensaje tiene contenidos espirituales que muy pocas veces los podemos ver, se trata del rescate de las lamas para Dios, con la fuerza del Espíritu Santo. Es un combate contra las fuerzas de espíritus, que nosotros solos no podemos vencer. De ahí el fracaso de muchas misiones y muchos misioneros. “El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11:23) - « ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». Él les respondió: «Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración» (Mc.9, 29)


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