miércoles, 30 de octubre de 2013

Confío, Señor, en tu misericordia.


Señor, Dios mío; da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte” Y san Pablo nos dice que superado nuestro destino por Cristo, Él nos gloriara. Y que contemos con la ayuda del Ángel de la guarda quien sabe pedir a Dios y que sabe que pedir para nosotros. Para mantenernos en vela cuidando para que “no diga mi enemigo: «Le he podido», ni se alegre mi adversario de mi fracaso

Dios «no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan» (2Pe 3,9). Pero la conversión no está al alcance con el facilismo. Nuestro Señor Jesús nos habla de lo difícil que es entrar en el Reino de los cielos, sobre las exigencias durante el caminar hacia ese destino. También nos lo describe que consiste en seguir a Jesús, escuchar sus palabras y actuar en consecuencia, poniendo en práctica la justicia y el amor. A prueba de fuego, que no deje apagar de las corrientes de aguas o de vientos que circulan por doquier. “Luchad por entrar por la puerta estrecha” es decir trabajando para el Reino, con las manos llenas de servicio por amor. Pero también, con renuncias, sin llevar atavíos que impidan la entrada: pecado, resentimientos, injusticias, faltos de fe y caridad.

El proyecto salvador de Dios está disponible a todo el que quiera recibirlo, y se trata de un don gratuito. Y también, nosotros podremos hacer esta pregunta “¿Serán pocos los que se salven?” Instintivamente tendemos a estar donde es más fácil sin tener que trabajar, tratamos de permanecer en la manada, con los de nuestra corriente. Pero eso tan normal, ¿qué gracia tiene? Si no hacemos la voluntad de Dios, si no se trabaja para el que está próximo, si no vivimos el mandamiento del amor. No basta el conocimiento o capacidades; es con el Espíritu Santo quien nos abre a la sabiduría divina y al amor para mirar al desigual, al que esta caído, al que no ha entendido, el que no lleva el rumbo de Cristo, para elevarlo a la igualdad; en otras palabras, darle la mano para que se ponga de pies y continúe la marcha en pos de Cristo. Así ha hecho Dios queriéndonos a nosotros. Si no cumplimos con este gesto nos presentaremos con las manos vacías, sin frutos, sin haber trabajado para el Reino; habremos desperdiciado los dones conferidos; y en vez de nosotros, vendrán "otros" que se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.


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