sábado, 5 de octubre de 2013

“Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»


Nos dice Dios, por boca de Baruc: estas en la “mala” porque irritasteis a vuestro Creador, ofreciéndose a demonios y no a Dios. Olvidándose del Dios eterno que os dio la vida para cumplir una prueba. Pero ánimo que quien retiro vuestra protección se acordara de vosotros. Si un día te alejaste, volveos a buscarlo con redoblado empeño. "El que os permitió las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación".

"Volvieron muy contentos" alegría propia para el evangelizador; después de las dificultades, tropiezos, tristezas e intrigas que imbuye el maligno para evitar la mediación personal por la conversión de las lamas; pero la misión ha de cumplirse porque la fuerza viene de la autoridad de Dios, el dominio de las cosas nos viene dada por Dios; tanto en el orden objetivo y en el orden subjetivo tiene su fuente en Él. No por nuestras capacidades o intereses, no por cumplir un mandato, no por pertenecer a un grupo animado; sino porque debe haber en cada uno el deseo ferviente por la salvación de las almas, de todos los hijos de Dios, de todos los que han de nacer de nuevo a la vida. Luego viene la alegría y el Señor nos dice: “Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»

“Lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Pensemos por un momento el hecho de que siendo Dios, sienta alegría por la obra pequeñita que hacen sus criaturas. Se alegra por la obediencia, por la humildad, por haberse dejado llenar del poder de Dios para contrarrestar el mal; porque Dios siempre quiere nuestro buen vivir, en su paz donada, mediante su perdón, liberación, sanación y protección. Por eso nos dice el Señor a letra seguida: “Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar

Muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.» para ellos les fue muy difícil hablar de Dios. Igual o quizás aún más para nosotros por falta de espiritualidad. Se nos hace una tarea de boca medianamente fácil que no obra; pero mucho más difícil porque no lo sentimos no lo llevamos dentro para que sea reflejado ante los demás, nos falta vivir auténticamente el mandamiento del amor. Para nosotros el Señor nos lo ha puesto en bandeja de plata, pero nos resistimos, ponemos nuestro interés en lo material que anima el ego y por tanto el mundo va de mal a peor.


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