martes, 22 de octubre de 2013

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.


Con los pies en la tierra y el corazón en el cielo; pero lo que impide al hombre permanecer despierto a la vida donada, es las preocupaciones por lo temporal, nos desgastamos por el tener, por el poder y por la fama; propuestas del autor del engaño y la mentira, propuestas inútiles para la vida. “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?, o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt. 16,26). ¿De que le sirve al hombre poner su seguridad en lo material si lo mantiene adormecido para la vida? Adormitado por el consumismo, por el individualismo, por la sordidez, por el culto al placer, (…) todos estos ídolos que el hombre lleva muy dentro le impiden mantenerse “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. Permanecer vigilantes en estado de gracia.

El hombre piensa en Dios pero adora sus ídolos. “Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo” (Mt. 6,24) ante esta premisa el alma del que menosprecia a Dios, le grita en su interior y este procura, como auto justificación, hacer donativos sin amor y sin trascendencia. De manera que lo que nos falta es conversión – esta conversión que es para todos y más aún para los que nos creemos santos; los pequeños pecaditos que no vemos, también son ídolos. “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (Mat 7:21)

La consigna del Evangelio es la conversión, pero que se hace difícil por no caer en la cuenta que somos peregrinos en este mundo; y por mantenemos aturdidos por la impresión de la propaganda que incita al consumismo y este hace necesario el dinero. La impresión de la inseguridad que hace sentir miedo y reaccionar. La impresión de la corrupción que causa indignación y violencia. Cuando la persona no logra superar estas culturas, reacciona de diferentes maneras y una de las menores seria la apatía, el desánimo, la irresponsabilidad. De tal manera que la solución está en la conversión a nuestro Señor Jesús. Es por el único que podremos alcanzar la salvación. El Apóstol san Pablo termina el quinto capítulo de la Carta a los romanos diciéndonos: “pero una vez que se multiplicó el pecado, sobreabundó la gracia, para que, así como reinó el pecado por la muerte, así también reinase la gracia por medio de la justicia para vida eterna por nuestro Señor Jesucristo”


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