jueves, 24 de octubre de 2013

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.


Al leer un poco sobre la vida de San Antonio María Claret, cuya fiesta celebra la iglesia hoy, quien tomó como lema de su vida: “el amor de Cristo me apremia”. Y la vida de otros santos, nos muestra que la experiencia mística del amor santo los consume, ellos sienten que ese amor que se convierte en fuego los diluye, sienten la exaltación por Dios como un fuego que hace arder su pensamiento y sus intenciones. Sentimiento que los impulsa a llevar el Evangelio como una voz abrazadora a los hermanos próximos, donde quiera que se encuentren.

San Antonio Claret, escribe en su autobiografía: “La virtud más necesaria es el amor. Sí, lo digo y lo diré mil veces: la virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor. Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos. Si no tiene este amor, todas sus bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo” Es la manifestación del amor de Dios, si queremos amar mucho, debemos amar mucho a Dios, quien nos da la gracia para amar intensamente es Dios.

Continuando con la autobiografía del santo de hoy: “Hace el amor en el que predica la divina palabra como el fuego en un fusil. Si un hombre tirara una bala con los dedos, bien poca mella haría; pero, si esta misma bala la tira rempujada con el fuego de la pólvora, mata. Así es la divina palabra. Si se dice naturalmente, bien poco hace, pero, si se dice por un Sacerdote lleno de amor de Dios y del prójimo, herirá vicios, matará pecados, convertirá a los pecadores, obrará prodigios

Hoy el Señor, por medio de su Palabra, nos está diciendo que es el amor el que une, y ojala ya estuviera ardiendo en todos los hombres para atraerlos a todos hacia Él. Quien no ama desparrama, desune, quien no ama permanece con problemas y proporciona conflictos división. Pero que también al manifestar las cosas de Dios, muchos no acogen la manifestación del amor de Dios, por el contrario causa contrariedad, porque sienten que va en contravía de sus criterios.

Y para el cristiano comprometido, será un reto el ofrecer una voz de esperanza en los ambientes con desamor y descreídos; y solo lo podrá hacerlo a cabalidad cuando lleve dentro ese sentimiento fogoso que arde, y que pueda resistir la prueba del agua. Fuego que sea capaz de sobrevivir los permanentes antagonismos. Que sea capaz de exigir a la persona que elija esta opción como cumplimiento del mandado apostólico, y este fuego del que hablamos solo lo puede donar el Espíritu Santo.


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