sábado, 19 de octubre de 2013

El Señor se acuerda de su alianza eternamente.


"Como todo depende de la fe, todo es gracia". La fe y la gracia son dones divinos, pero se nos aumenta la fe donada a medida de nuestra disposición y la acción por amor y por ello Dios nos dona la gracia donde se manifiesta el poder y la autoridad de Dios para su gloria. Quizá sólo desde ahí podemos esperar contra toda esperanza, como nuestro padre Abraham. Quien alcanzo la promesa de Dios no por la ley sino por la fe. No hay ley que pueda condicionar las promesas de Dios.

El Señor hoy quiere darse cuenta en cada uno de los cristianos cual es el testimonio que damos de Él, testimonio para glorificar su santo nombre, por su amor, por poder, por su autoridad, por su Reinado, y no para la vanidad de cada cual. Es mostrando con la vida de servicio, en la verdad, en la justicia y en el apostolado; con la intención recta, con el deseo sincero y ardiente por la salvación propia y de los que nos rodean. No solo como exhibición de virtudes y buenas costumbres, que además son buenas para la convivencia humana, pero que no alcanzan a cumplir lo que Dios quiere.

En la antigüedad, las personas se preocupaban por exponer con fluidez y elocuencia la propia defensa. Hoy la preocupación es por conseguir un costoso abogado y por la compra de conciencias. Y el evangelio señala otro camino y exhorta a los cristianos a abandonar esa preocupación, por cuanto la mejor defensa del discípulo de Cristo es su propio testimonio de vida. Una vida vivida en y según el Espíritu Santo constituye un testimonio de autenticidad incontrovertible. Pero de todas maneras nuestro testimonio ha de chocar criterios humanos, aunque este llenos de la verdad, de sentido común. Pero por más que incomode no podemos dejar de reconocer a Dios delante de los demás, con la ayuda del Espíritu Santo.


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