miércoles, 20 de febrero de 2013

Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias.


Hoy se nos confronta la capacidad y la actitud de conversión. Jonás signo que amenaza muerte y destrucción, Jesús que trae solo signos de vida y esperanza. Encontrarnos con Cristo es encontrar la luz que nos hace caminar sin tropiezos, sin ilusiones falsas, sin odios ni destrucciones. Ante el Señor se requiere una verdadera conversión que desemboque en el compromiso de convertirnos en signos de su amor, de su paz, de su alegría, de su cercanía, de su perdón, de su misericordia. Muertos, junto con Cristo, al pecado, hemos de resucitar a una vida nueva. Nosotros somos el mejor signo del amor de Dios para nuestros hermanos; somos su mejor carta de recomendación, escrita, no con tinta, sino con la sangre del Cordero Inmaculado. ¿Acaso podremos decirle Padre a Dios cuando destruimos, pisoteamos, cuando rechazamos y hacemos más pesada la vida de nuestro prójimo?

Las lecturas nos hablan de la eficacia del ayuno, del sacrificio y de la oración para llegar a la conversión. Dios no quiere que el pecador perezca, sino que se convierta y viva. Que el cuerpo permanezca en obediencia al espíritu y no lo contrario que muera el espíritu y el cuerpo se satisfaga con toda su apetencia material. Es tiempo de penitencia y de oración; sí, pero también tiempo de conversión. No sólo podemos acercarnos al Señor para orarle, si nuestro corazón sigue lejos de Él, si no hay un compromiso con el Dios de la paz y de la misericordia, nuestras oraciones ante Él serían inútiles. La fuerza de la penitencia y de la oración y no la fuerza de la guerra, nos lo recordaba el Papa Juan Pablo II; deben estar en el corazón de toda la humanidad.

Según san Juan Crisóstomo:
“El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. ¡Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de él. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.
Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Sería inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.
Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros. Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?”


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