lunes, 18 de febrero de 2013

El Señor enseñó a orar. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


La Biblia habla de Dios y también habla del Nombre de Dios. Toda la creación es una manifestación de Dios. Él llena este universo, pero el universo no contiene a Dios y no está en ningún lugar determinado. Hablamos de su Nombre para indicar su presencia activa, su irradiación, su esplendor que está sobre toda criatura. Es una manera de mantener cierta distancia entre lo que sabemos de él y lo que realmente él es.

Santificado sea tu Nombre. Que la presencia del Padre y el esplendor de sus obras sean reconocidos entre los que le pertenecen. Los que llamó a la fe tal vez no sean los mejores, pero aún así los frutos del trabajo que Dios hace en ellos deben aparecer en medio de sus debilidades y limitaciones. El Padre quiere imprimir su Nombre en nosotros para que de día y de noche haya una comunicación misteriosa entre él y nosotros, lo mismo que el Padre y el Hijo quedan unidos por su Espíritu Santo.

Venga tu reino. Es un hecho que no tenemos ganas de morir inmediatamente para conocer ese reino de Dios, y que muy a menudo nos apegamos a las cosas buenas de la vida sin estar seguros de que preparan el Reino. Es necesario despertar constantemente la esperanza, para darse cuenta de que está viva cuando, aún en el sufrimiento y las contradicciones, permanece la alegría. Con el pasar del tiempo gozaremos algunos frutos de ese oda la realidad del hombre, con sus proyectos, sus trabajos, sus construcciones económicas y políticas se encamina hacia una meta común: todo y todos han de volver al Padre.

El Reino de Dios vendrá con o sin nosotros, gracias a nuestras obras o a pesar de nuestra indiferencia, porque en realidad ya está. Hágase tu voluntad. Esta frase, que Jesús pondrá en el centro de su oración en el Huerto (27,39), condena muchas oraciones en las que se pretende presionar a Dios. Si bien algunos creen tener mucha fe porque constantemente esperan que Dios solucione sus problemas, los hijos de Dios, en cambio, elevan su espíritu hacia él para que la voluntad de Dios pase a ser su propia voluntad.

Así en la tierra. Se refiere a las tres peticiones anteriores y nos recuerda que todo lo que es creado y sujeto al tiempo depende de otro mundo no creado donde no corre el tiempo: éste es el Misterio del Ser Divino. El Padre, fuente del Ser Divino, goza de su infinita perfección en la entrega mutua de las personas divinas, y con él están sus elegidos, tal como serán después de la resurrección. Su creación la ve unificada en Cristo. Su voluntad la ve realizada y glorificada por todos. A los que vivimos en el tiempo nos angustia la realidad diaria de un mundo en parto y del triunfo aparente del mal. Por eso pedimos que todo llegue a ser conforme a ese proyecto de Dios que se cumplirá al final.

El Padre se comprometió a darnos el pan si estamos atentos a su palabra (Dt 8,3). El hombre moderno cree que toda su prosperidad material depende sólo de su esfuerzo. Pero la Biblia afirma que todo depende a la vez de Dios y del hombre. o más disputas por tomar primero nuestra parte sin preguntarnos si quedará para los demás y cómo se repartirá el pastel entre los diversos pueblos de la tierra. Aquí, igual que en Lc 11,6, pedimos el pan de los demás (y hacemos todo lo que podemos para que el pan, que no falta en esta tierra, llegue hasta ellos).

¿Habrá que decir: el pan que necesitamos o el pan de cada día o el pan supersubstancial? Porque el texto original emplea una palabra difícil que puede tener diferentes significados. Muchos han entendido que los hijos de Dios sienten la necesidad de más cosas que las que reclama el cuerpo, y que ya se aludía en esta petición a la eucaristía, como se hará también en el relato de la multiplicación de los panes.

Perdona nuestras deudas. Se trata tanto de las deudas como de las ofensas (6,14). En un mundo de pobres, las ocasiones de choques y de incomprensiones son numerosas, y a veces se tiene que pedir un préstamo incluso con la duda si podrá pagar las deudas. El apegarse al propio derecho es siempre una forma de anclarse en este mundo. Dios quiere perdonarnos, o sea, acercarnos a él, pero mientras nos aferramos a estas cosas, ¿cómo lo haría él?

No nos dejes caer en la tentación. Así se expresa el que es consciente de su debilidad. Y será más prudente todavía al saber que el enemigo no es “el mal”, sino el Maligno. Muchos quisieran que el espíritu del mal no fuera un actor personal y libre de la historia del mundo tal como lo afirman muchos pasajes del evangelio; pero aquí el texto griego no permite que se traduzca “el mal”, incluso con mayúscula. Hay pues que traducir con El Maligno.


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