jueves, 21 de febrero de 2013

Pidan y se les dará.


Pedid,....buscad,...llamad,...” la oración que Esther dirige al Señor, antes de presentarse ante el rey Asuero para interceder por la liberación del pueblo Judío, contemplamos la gran confianza que esta mujer está depositando en Dios. Durante la oración, antes ella reconocía el pecado del pueblo y lo confiesa ante Dios, y pide que Dios se muestre misericordioso para con él. Nosotros antes debemos reconocer nuestra soberbia y nuestro pecado para que el Señor nos de la gracia y su perdón y una vez reconciliados con Dios, mantengamos una relación mutua y permanente con quien lo puede todo. No confiamos en nuestras propias fuerzas, sino en el poder de Dios. “Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma”… “El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!

Nuestro Señor Jesús quiere que confiemos permanentemente en el Padre; la meditación pasa ahora a la oración a la relación personal como necesitados de Dios. Nos dirigimos a Él porque el Espíritu nos lo sugiere (cf.Rom 8,16); Él esperaba esta relación personal con sus hijos e hijas. Sólo entonces podemos reencontrar al Dios Padre de Jesús y también de todos nosotros.(Cf. Lc 11,9; Mc 11,24; Jn 14,13; 15,7). Si vacilamos es falta de humildad, la soberbia nos hace presa fácil a la tentación, el maligno no quiere que nos acerquemos a Dios. (cf. Sg. 1,14). De Dios es el poder y la gloria. “Pero mayor es la gracia que da; por eso dice: "Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da la gracia". Por eso, estad sujetos a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de vosotros” (Sg.4,6-7)

Jesús les mostró con ejemplos que debían orar siempre, sin desanimarse jamás” (Lc.18,1)(Cf.Lc.11,9) La oración nos hace cercanos a Dios Esta intimidad adquirida en la oración incita al hombre a la oración confiada. Por esto está escrito en los salmos: “Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.” (Sal 16,6). La frecuencia o la insistencia no están fuera de lugar, antes bien son agradables a Dios; quiere poner a prueba el amor, la honra y la adoración que manifestamos por El, ya que nuestras almas se elevan hacia él, conversan afectuosamente con Él para manifestarle nuestros sentimientos en espíritu y en verdad (Jn 4,23). No solo de labios, “las palabras se las lleva el viento”. La oración nos acerca a Dios, para dejarnos amar y obtener su gracia que nos habilita para ser capaces de recibir lo que Dios nos quiere dar.


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