lunes, 11 de febrero de 2013

Bendice, alma mía, al Señor,


La noticia de la dejación del pontificado de Benedicto XVI, es de gran admiración porque él consciente de la gran responsabilidad sobre la inmensa actividad que le corresponde a la Iglesia en estos últimos tiempos, frente a sus limitaciones por motivos de salud y de avanzada edad. Además al margen será por algunos años la mano consejera del próximo pontífice. Es el Espíritu Santo quien guía los destinos de la única Iglesia fundada por Cristo nuestro Señor.

El Evangelio hoy no deja una enseñanza maravillosa, la fe, la confianza que debemos tener en nuestro Señor quien todo lo puede, y nos deja ver su misericordia, su señorío y su poder. “Y los que lo tocaban se ponían sanos” eran restablecidos a la dignidad, a manera de una nueva creación en la persona. El Señor es quien nos restituye a la vida, es quien ilumina muestro camino… son las gracias para los que optan por un contacto personal con el Señor.

"Le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto” Nosotros también podemos ser sanados y liberados de todo lo que nos separa de Dios, no solo al tocarlo sino al alimentarnos de Él, Debemos aprovechar esa “medicina de inmortalidad” que va mas allá de una simple curación de una enfermedad física. Cura la enfermedad de la muerte eterna contagiada por el maligno. San Ignacio de Antioquía, así, consideraba a la Eucaristía como «la medicina de la inmortalidad y el antídoto para prevenirnos de la muerte, de modo que produce lo que eternamente nosotros debemos vivir en Jesucristo». A nosotros nos llena de confianza el saber que la misericordia y el poder de Dios nunca termina y por lo tanto estar bajo su ampara no es una odisea, sino que es la mayor seguridad que podemos tener; permaneciendo y perseverando envueltos en la bandera de su iglesia funda por El hace ya dos mil años.


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