martes, 12 de febrero de 2013

“Bien profetizó Isaías de la hipocresía de ustedes”


Mañana es miércoles de ceniza, inicia la cuaresma, tiempo litúrgico de conversión, de arrepentimiento, de perdón, de cambio para ser mejores, de permitir la cercanía de Dios. De manera inteligente aprovechemos este tiempo para hacer limpieza erradicando todo lo que nos impide la presencia de Dios. Todo lo que impide vivir el mandamiento del amor. Todo lo que impide hacer la voluntad de Dios. Nuestra conversión, nuestra penitencia, nuestras buenas obras, es camino de adhesión a Jesucristo.

Especialmente el hombre de hoy ,ha decidido querer ser lo que no es, nos muestra de manera abrumadora la falta de identidad y autenticidad como persona. A pasos agigantados quiere ser como el animal irracional. Es cierto que nuestro cuerpo es polvo y en polvo nos convertiremos. Pero la imagen y semejanza de Dios es eterna, no terrena. Y todo pecado mata esta semejanza, le quita la vida junto a Dios por toda la eternidad. Muchas costumbres han sido establecidas para evitar lo malo, para evitar enfermedades, para conservar la pulcritud, etc. pero en ningún caso pueden desplazar la Palabra de Dios.

Las costumbre de los hombres por buenas que parezcan llega un momento que tenga la necesidad de ajustes para acomodarlas a las exigencias en la historia de la humanidad. Lo que si no cambiara son las cosas de Dios; la Palabra de Dios. Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley. Y la Iglesia Católica conserva esa tradición de comprender la Palabra de Dios, es lo que llamamos la Tradición de los Apóstoles. Por eso nuestra Iglesia, fundada por Cristo en los apóstoles, preserva esa Tradición, o sea, lo que el Espíritu Santo les comunico y comunicara hasta el fin de los tiempos, porque Él es el timonel, es quien dirige los destinos de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.

Por esa época los fariseos querían imponer el lavado de las manos antes de la comida para purificarse de las impurezas que pudieran haberse contraído en la vida activa. Era una costumbre higiénica, pero Jesús no quiere que se imponga en nombre de Dios, porque sería lo mismo que encerrarse en una religión de obligaciones y prácticas. Jesús no se apresura en llamarlas “tradición” a las enseñanzas de los maestros del momento. Y contraataca citando un caso preciso que argumentaban para renegar de los mandamientos más claros de la Biblia. Con razón decía Dios: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Cuando el hombre solo se preocupa de sí mismo sin ver los asuntos de su prójimo, no puede honrar a Dios.


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