miércoles, 13 de febrero de 2013

Misericordia, Señor: hemos pecado


Hoy miércoles de ceniza. Hoy inicia el tiempo de cuaresma. Un tiempo de gracia, tiempo conversión que es la tomar el camino de la rectitud de la verdad, tiempo de salvación… ¡de oportunidad! ¿Quién sería capaz de desechar un tiempo para mejorar, para SER. Si realmente se creyera que contamos con la gracia “suficiente” para que la conversión sea eficaz y realista? Para muchos es tiempo incomodo, tiempo de fanáticos, un tiempo ya pasado de moda. El hombre de hoy vive en un medio donde se ha enseñoreado al pecado, donde lo que era malo se le ha matizado con justificaciones y sin saberlo va camino al abismo.

Este tiempo tropieza cuando hablamos de “ascesis, ayuno, arrepentimiento, perdón…” Enfrentar su propio “yo” lleva a la integridad y descubre realidades para corregir y para llegar a SER. Rectificar es de valientes que quieren el progreso. Los hipócritas se caracterizan en que cierra a los hombres el Reino al que no entran ni dejan entrar, se ocupan de los más pequeños detalles y descuidan lo fundamental como es la justicia, la misericordia y la fe, “cuelan un mosquito y se tragan un camello”, se preocupan de lo exterior desatendiendo lo fundamental, por eso son “sepulcros blanqueados”, asesinos de profetas... No se interesan en el crecimiento espiritual sino en los elogios, de ahí que sus característicos actos de piedad no los conducen a Dios sino a ser “bien mirados” por los hombres -- se pone de manifiesto la soberbia.

La oración es dirigirse personalmente a Dios que hace presencia en su vida. Dios no mira las manos levantadas (cf. Is 1,15; Jer 14,12; Mi 3,4) sino la práctica de la justicia, la rectitud de corazón y las manos limpias de actos impuros. Por más que esa oración sea expresada delante de todos, “el Padre que ve en lo secreto” sabe con qué actitud interior se levantan esas manos. Unas manos hipócritas no se encuentran con Dios, simplemente son “vistas por los hombres” que no pueden ver la conciencia, ni conocer la intensión. Quien no conoce la verdad no es libre y se siente asediado constantemente por la opinión de los demás, pero será mucho más difícil hacer el bien sin mirarse a sí mismo; lo cual es posible mediante la gracia, y ese es el secreto que nos introduce a los secretos de Dios.

Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los hipócritas” El ayuno cristiano tiene dos finalidades muy claras: dominar nuestro apetito desordenado de comer y beber y ayudar a los que no tienen lo necesario para suplir sus necesidades. Un fin individual y un fin social. Sólo es bueno el ayuno que me ayuda a mí a dominar mi apetito desordenado y que, al mismo tiempo despierte en mí la obligación con el prójimo necesitado. Un ayuno no de rasgar vestiduras sino de contrición de corazón.


No hay comentarios:

Publicar un comentario