sábado, 16 de febrero de 2013

No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.


Dios por medio de Isaías nos quiere prevenir de las malas costumbres y previendo los tiempos mesiánicos exige una preparación para ese tiempo de salvación: “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Pero estas costumbres que afean el alma y hacen pecar, a pesar de las amonestaciones continuaron hasta la venida del Señor y son vigentes hoy día. Si esto es visible, cuál será la razón. La soberbia, la desobediencia y la ignorancia. Nos falta dialogo con nuestro Dios Creador de todo y dueño de todo. Por medio de suplica, alabanza y acción de gracias. Como nos enseña el Salmo. Se deduce que queremos ser fieles pero al mismo tiempo vivimos rodeados de algo que nos lo impide.

El evangelio de este sábado nos presenta a Jesús sentado a la mesa con pecadores. «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). No le importan las críticas de los fariseos quienes se comportaron con celo y se dispusieron como sus contrincantes, Él no duda en sentarse y compartir la mesa. Al fin de cuentas ha venido para llamar a los pecadores y con ellos se sienta, sabe cuál es su misión y la realiza. 

Nos está diciendo el Señor a nosotros que dejemos todo lo nuestro, puesto en un segundo plano y en primer lugar acudamos a su llamado, El nos está invitando a su banquete y en el hallaremos la luz que resplandece nuestra vida. Los requisitos para obtener el boleto para la entrada al banquete y para hallar esa luz ofrecida es justicia y bondad; eso nos exige nuestro Señor Jesús. Requerimos del vestido de liberación personal y comunitaria, gestos y hechos, pan partido, compartido y repartido con el hambriento. Cuaresma es precisamente tiempo propicio de conversión, de retomar el camino de la salvación, seamos como Mateo, publicano y pecador reconocido y criticado por los de su pueblo, pero arriesgado y abierto al cambio. Hagamos como él, abramos la puerta de nuestra casa y del corazón. Nuestro Señor Jesús entrara y comerá con nosotros. Dios hará presencia en nuestras vidas mediante su divina gracia si se lo permitimos.


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