jueves, 22 de noviembre de 2012

¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!


Los cristianos de origen judío se preguntan: si Cristo es el Salvador prometido, ¿por qué la historia de Israel continua en esos desastres? ¿Y por qué el pueblo judío, instruido por la Escritura, no reconoció a su Salvador? Un libro sellado o en lenguaje cifrado. Es que nadie puede entender el plan de Dios, sin la acción del Espíritu Santo; por lo tanto se nos muestra a aquel que revela el misterio de muerte y de resurrección que se cumple en la historia y que también se hizo dueño de este libro, y, al ser desconocido por Israel, pueblo sacerdotal (Ex 19,5), se hizo su propio reino y pueblo de sacerdotes, la Iglesia (cf. 1 P 2,9). Pero el día en que Israel reconozca a su Salvador, será salvado (Rom 11,25).

Y, continuado con el versículo 27 de Lucas – y el 25 de Mateo: hoy después de tantos siglos, el Señor llora por su pueblo elegido. La colectividad judía que no haya creído en Jesús se quedará con su templo en el que ya no estará la presencia de Dios, como en Ez 8. Jesús mirando a Jerusalén, escenario de su confrontación final con los representantes del Israel institucional; identificada como el pueblo escogido. Se lamenta por el porvenir de tantas almas metidas en la arquitectura, y que, también, allí se aloje la violencia, la injusticia y la irreverencia. Por el individualismo vemos un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que nos visita. Que en vez de mostrar a Dios más bien lo ocultamos con grandes contradicciones. “Pues el Señor, tu Dios, suscitará de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo; a él habéis de escuchar” (Deuteronomio 18,15). La promesa se ha cumplido en Cristo y no se dan, ni nos damos cuenta.

Nosotros los cristianos, estamos en tiempo de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado. De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, que somos todos. Sin embargo reflexionemos frente a Cristo.

Llorar con Cristo.- “No desprecies al pecador, porque todos somos culpables. Si por amor a Dios te levantas contra él, llora más bien por él. ¿Por qué lo desprecias? desprecia sus pecados, y reza por él, con el fin de ser igual a Cristo, que no se irritó contra los pecadores sino que rezó por ellos (cf Lc 23,34). ¿No ves cómo lloró sobre Jerusalén? Si nosotros también más de una vez hemos sido tentados por el diablo. ¿Por qué despreciar al que como nosotros ha sido tentado por el diablo que se burla de todos nosotros? ¿Por qué, tú que eres sólo un hombre, desprecias al pecador? ¿Porque no es justo como tú? ¿Pero dónde está tu justicia, si no tienes amor? ¿Por qué no lloraste por él? Al contrario, lo persigues. Algunos, por ignorancia se irritan contra otros, porque creen tener el discernimiento de las obras de los pecadores” (Isaac el Sirio)


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