martes, 27 de noviembre de 2012

Que todo se alegre ante el Señor


Los oyentes de Jesús creían firmemente que la morada de Dios en su templo único de Jerusalén era fundamental para el orden del mundo, y no podían imaginarse tal destrucción. Ni en su época ni ahora entendemos que el verdadero templo que Dios quiere para El es nuestro templo particular donde quiere morar. Pero el hombre quiere poner en su templo a ídolos de toda índole; por eso como el Templo de Jerusalén, también será destruido nuestro templo con sus ídolos.

Nuestro Señor Jesús responde a las preguntas con un discurso escatológico, así como será destruido Templo de Jerusalén por enfrentamientos entre judíos y romanos, acontecimientos que tuvieron lugar un poco mas tarde. También pone de manifiesto que siempre habrá impostores, que siempre habrá quien diga tener la verdad y el Señor nos advierte que solo el tiene la verdad, por lo tanto no debemos dejarnos engañar. Que “habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo”.

Asimismo, en el tiempo serian destruidos los templos que harán los hombres tenidos como su seguridad ante todas las adversidades del mundo, enmarcadas en todo lo que tiene que suceder, es decir lo que hemos visto, lo actual y lo que acontecerá próximamente. Lo cual suscitara la venida del Hijo del Hombre con justicia quien pondrá por término todo mal (lo que conocemos como fin de los tiempos) y Dios retomará su plan inicial hasta el fin del mundo cuando acontecerá el juicio final. Las estancias del cielo deberán ser colmadas, con verdaderos adoradores de Dios en espíritu y en verdad.

Hoy la Iglesia conmemora Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa – con cariño les invito a que hagamos esta oración, con la rogativa de un destino con su amparo:
ACORDAOS (De San Bernardo)
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado por esa confianza a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh Madre de Dios, mis humildes súplicas, antes bien escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.


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