miércoles, 21 de noviembre de 2012

Dichosos los que escuchan la palabra de Dios


«Negociad hasta mi vuelta». Los galileos acompañan a Jesús a manera de manifestación, suben a Jerusalén a celebrar la Pascua. Mientras ellos creen que se proclamará rey, El Señor sabe que le espera la muerte. Jesús hace alusión a un acontecimiento político, el escándalo en la sucesión de Herodes el Grande. Esta historia la aplica para decir a sus discípulos que no deben esperar su triunfo en Jerusalén sino otra cosa. Él reinará al volver de un país lejano, después de su muerte y su resurrección, al final de la historia cuando venga revestido como juez de justicia. Los suyos mientras tanto tienen a su cargo las riquezas que él les facilitó y que han de hacerlas fructificar; no deben esperar su vuelta cruzados de brazos. En la instauración del reinado de Dios está involucrado cada uno de los creyentes según sus capacidades y dones; todos deben poner su empeño en la instauración del proyecto de Dios. Toda comunidad cristiana debe volverse hacia el mundo que la rodea y que le ha sido confiado.

Nosotros nos preocupamos más por el progreso material, al fin y al cabo es lo que nos propone el mundo, la ciencia y la tecnología. Pero descuidamos lo principal, lo que lleva a un valor incalculable por ser eterno y en presencia de Dios. También es cierto que no es posible trabajar por lo trascendente valiéndonos solamente de nuestras fuerzas; en primer lugar porque son las riquezas de Dios y que están mas allá de nuestro conocimiento y capacidad y también porque quien verdaderamente hace la obra es el mismo Dios. Solo requiere de nuestra entrega voluntaria, con rectitud, con la aceptación de su divina Voluntad, en espíritu y en verdad. Confiados en la acción del Espíritu Santo. Esta “negociación hasta que vuelva” será escolaridad para la vida, será el vestido para la fiesta, será la contribución de la negociación gananciosa de almas. También es de resaltar la amonestación que hace Nuestro Señor el versículo 27 – y los judíos echaron a sus espaldas hasta hoy el versículo 25 de Mateo: “Y todo el pueblo gritó: -¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

La actividad humana, así como procede del hombre, está también ordenada al hombre. Pues el hombre, cuando actúa, no sólo cambia las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, sale de sí y se trasciende. Si este crecimiento es rectamente comprendido, vale más que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene...Por tanto ésta es la norma de la actividad humana: que, según el designio y la voluntad divina, concuerde con el bien genuino del género humano y permita al hombre individual y socialmente cultivar y realizar plenamente su vocación.” (Concilio Vaticano II - GS 35)


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