sábado, 24 de noviembre de 2012

Pero no es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para Él.


La ley que se lee en Dt 25,5 obligaba a los hermanos de un difunto a que tomasen su mujer para darle un heredero que guardaría su nombre y su heredad. Jesús hace ver que el matrimonio es una realidad temporal, natural y necesaria para la prolongación de la especie. En los países de cultura griega había personas que creían en la inmortalidad del alma, lo que les parecía que formaba parte de la naturaleza humana. Nos precisa el Señor que la nueva vida no será la fusión del alma con el infinito del cosmos, sino una comunión personal con Dios. La inmortalidad es un don de Dios para quienes fueron hallados dignos.

La resurrección no es como un revivir y volver a lo nuestro; es la obra del Espíritu de Dios que transforma y santifica a los que resucita. Los resucitados son hijos de Dios (como se decía de los ángeles), en una forma mucho más auténtica que los de este mundo; liberados del pecado, han renacido de Dios. No es una reencarnación, no es un revestimiento del alma que podría pasar de un anciano a un recién nacido. Dios salva a la persona indivisible (ver las notas en Sab 1.16 y 2.1), el alma se libera del cuerpo. Por eso la esperanza cristiana se funda en la resurrección del cuerpo, aunque por supuesto no se trate del cuerpo presente (1Co 15,35). Si en la muerte el «alma» se libera del «cuerpo», ¿qué sentido tiene recuperarlo, encerrarse o enterrarse de nuevo en él a través de una posible y futura resurrección corporal? Para mejor comprensión nos viene a ejemplo del nuestro Señor Jesús. Murió en la Cruz, fue sepultado su cuerpo y resucito, y al resucitar su cuerpo era parecido pero más perfecto, era cuerpo espiritual, “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp 3,21), en “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Será entonces cuando aparecerá plenamente la otra cara de la humanidad, en la eternidad.

Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano...se siembra corrupción, resucita incorrupción...; los muertos resucitarán incorruptibles. Es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. (cf 1Cor 15,35-53) “Este –cómo- sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo... ya que tiene la esperanza de la resurrección” (cf San Ireneo de Lión). En la resurrección ya no habrá necesidad de una serie de cosas que eran necesarias al ser humano, ya que la resurrección no es la simple prolongación de esta vida con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer. Por eso nuestro Señor Jesús prueba con la Escritura que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto la vocación de todo hombre y mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: “Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.” (Jn 5,29, cf Dn 12,2)


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