sábado, 23 de noviembre de 2013

No es Dios de muertos, sino de vivos


Difícil de creer para los de antes y también para los actuales sin fe, les cuesta demasiado creer en la resurrección y en las palabras y promesas de Dios. Nos dice san Pablo: Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres.”(1 Co.15, 19) La Resurrección de Jesús es ratificada por el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles. En la resurrección de Cristo encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer? y nuestra preocupación es a estar vigilante y permanecer en fidelidad. Y cuando celebramos su Resurrección, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte. Por eso después de la corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

Dios en el Antiguo testamento nos lo revelo que sus fieles ya después de haber abandonado la vida terrena están vivos. Lo ha dicho y lo ha cumplido, Dios es fiel a sus promesas de una vida sin fin. Por tanto Dios no puede abandonar al hombre al poder de la muerte. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de esta promesa de vida plena y definitiva. "No se asombren de esto; llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán mi voz. 29 Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación" (Jn.5, 28-29).

Nuestro Señor resalta que el matrimonio es una realidad propia de la vida temporal terrena y que la resurrección no es una prolongación de esta vida ocupando el cuerpo de barro. Que para los fieles es como un nacer a la vida definitiva junto a Dios. Que Dios es Dios de vivos y en ese sentido los patriarcas viven como lo manifestado en el acontecimiento de la Transfiguración del Señor, cuando hablaba con aquellos que habían partido hacía ya mucho tiempo antes. (cf.Mc.9,4)  Como ellos, todos somos llamados a compartir esa vida plena junto a Dios para siempre. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25)


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