viernes, 22 de noviembre de 2013

Alabamos, Señor, tu nombre glorioso


“Parece ser que para Lucas esta escena de la purificación del templo se convierte en el objetivo de la entrada de Jesús en Jerusalén. Y así prepara el templo como lugar de su enseñanza, atentamente seguida por el pueblo, pero rechazada por sus dirigentes.Con esta acción de la expulsión de los vendedores”. Se puede subrayar que el celo por la casa de Dios es propia; y que cada judío siente el Templo como el más importante emblema religioso de la nación.

Al purificar el Templo «casa de Dios» Jesús desenmascara el comportamiento y el sentido mercantilista al que había llegado el pueblo judío. Que el Templo como emblema religioso y lugar de encuentro de la comunidad con su Dios, había pasado a ser emblema de opresión y centro de traficantes. Pero el acto de nuestro Señor Jesús es motivo para que a sus contradictores se les caliente la soberbia y ese mismo día deciden eliminarlo.

Ahora el culto nuevo se centra en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios; pero el centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne y su sangre donadas y dadas desde la cruz a la Eucaristía cada vez. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»). Es el Espíritu Santo obrando en la dirección de la Iglesia de Cristo.

A pesar de ver los aconteceres de este pasaje, aunque hayamos escuchado homilías a lo largo de nuestra vida, aún tenemos que aceptar que el Templo lo utilizamos como un medio mercantilista, donde yo voy, por cumplir y aprovecho el acto para pedir. Sin darle el verdadero sentido; sin reconocer las condiciones necesarias para asistir; ignorando que al templo vamos es a dar, porque ese es el querer de Dios. Pero dar que, reconocimiento, gloria, alabanza, agradecimiento, sentido comunitario. Purificación de nuestro espíritu.   


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