lunes, 18 de noviembre de 2013

Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida


El pasaje del Evangelio nos presenta un acontecimiento de fe por parte de un invidente y un acto de poder del Señor, para aliviar la limitación física de este pisano de fe, que lo impulsa a llamar al Señor Hijo de David; los judíos sabían que el Mesías seria de su decencia. En esa época como hoy se resalta la falta de misericordia, de los que gozamos de todos los sentidos, para con los limitados. En nuestro país fuimos indiferentes, cuando los gestores de las leyes aprobaron la dosis personal, es decir cuando autorizaron a la gente a consumir los psicoactivos y por tal razón vemos a tantos postrados en la más desagradable miseria y ceguedad, como que eso no mueve a nadie. Sin darnos cuenta estamos haciendo apología a los actores de la muerte.

A mí me parce que hoy somos muchos los que no vemos, o mejor muchos los que estamos impedidos para ver nuestra ceguera espiritual, nuestra cultura de pecado; que difícil es reconocer como somos, que difícil, aún más, la conversión, el hecho de dejar nuestras culturas y gritar «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!», con la intención sincera para reconocer nuestro pecado, puesto que son muchos los que se cometen sin que lo reconozcamos; pedimos a Dios muchas cosas pero nos reservamos lo principal que es nuestra conversión, nuestra falta de luz, nuestro obrar conforme a la voluntad de Dios, creemos que como estamos, como actuamos, como pensamos, somos unos santos. Es una lucha y para poder librar la batalla hay que entrenar, alimentarnos y armarnos. Dialogo, conversión, corrección y vida sacramental.

Al llamado «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!», nuestro Señor Jesús, quiere donarnos de sus atributos divinos, que son la gracia, para que sea el Señor en nosotros, el reino de Dios está dentro de ti, (Lc 16,21) así como de los bienes eternos por los cuales quiere participarnos de su vida misma. Quiere hacernos entender que están en nuestra decisión, optar como decisión la adhesión a Cristo. Camino de fe que debe tener el ingrediente fidelidad. Entonces será una realidad las promesas del Señor que nos está diciendo hoy a nosotros "¿Qué quieres que haga por ti?".


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