miércoles, 20 de noviembre de 2013

Al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios.


Cuando vemos llorar a una persona, vienen interrogantes a nuestra mente, nos conmueve y quisiéramos ser la solución de su problema; pero ver llorar a Jesús, tiene un significado trascendente que se nos hace difícil entender por ser algo mucho más allá de lo simplemente temporal. De Jesús, el Hijo de Dios, es admirable su gran atributo de humanidad; Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre semejante al hombre, ama no sólo a personas concretas, sino también a aquella ciudad, la gran Jerusalén, cuyos dirigentes la llevarían a la destrucción y ruina total.

“Es del todo evidente que ninguna ciudad de aquí abajo constituye el término de nuestro peregrinar en el tiempo. Dicho término está escondido en el más allá, en el corazón del misterio de Dios que todavía es invisible para nosotros; porque nuestro caminar es todavía en fe, no en la clara visión, y no se nos ha manifestado todavía lo que seremos. La nueva Jerusalén, de la cual somos ya ciudadanos e hijos, desciende de arriba, de junto a Dios. Todavía no hemos podido contemplar el esplendor de esta única ciudad definitiva, más que como en un espejo, de manera confusa, manteniendo firme la palabra de los profetas. Pero ya desde ahora somos ciudadanos de ella, o estamos invitados a serlo; todo el peregrinar espiritual recibe su sentido interior de este último destino.

Esta es la Jerusalén que han celebrado lo salmistas. El mismo Jesús, y María, su madre, en esta tierra, han cantado los cánticos de Sión al subir a Jerusalén: “Belleza perfecta, alegría de toda la tierra”. Pero desde ahora la Jerusalén de arriba recibe todo su atractivo sólo de Cristo, es hacia él que hacemos un camino interior.
” /PabloVI)


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