miércoles, 27 de noviembre de 2013

¡Ensálcenlo con himnos por los siglos!


La primera lectura nos muestra la falta de respeto con las cosas sagradas, que al fin al cabo es «El insulto a Dios», el hombre no respeta la libertad con que fue creado, se ha volcado al libertinaje. Y como esta hay muchas más maneras que el hombre emplea para deshonor de Dios. Atribuye a la angustia metafísica para practicar supersticiones y por la soberbia se abstiene a ser súbdito del verdadero y eterno Rey. Hoy Daniel nos recuerda «al verdadero Dios» y que «¡Dios es el que tiene en sus manos tu propio aliento!»

En el presente pasaje del Evangelio el Señor nos exhorta a ser fieles, comprometidos, dando testimonio de Él, con realismo en medio de la crudeza del materialismo. A confiar en el Señor ante las situaciones difíciles y que nunca nos abandona. A ser buenos discípulos de Cristo para que la Iglesia pueda proyectarse hacia el futuro desarrollando la misión que Jesús le ha encomendado. Es un llamado claro a la esperanza y al compromiso testimonial por la fe, con fidelidad y por amor. Aunque haya contradicciones, malas interpretaciones, persecuciones, desprecios, calumnias, (…) ¡Hay de nosotros cuando no aparezca cualquiera de estas desaprobaciones. Sera una mostración para darnos cuenta a quien estamos sirviendo.

Ahora bien, podemos estar en la dirección correcta pero no estar haciendo bien las cosas y nuestro momento histórico y la gente no está dispuesta a perder el tiempo frente a mediocridades o a faltos de conocimiento. La gente quiere saber la verdad. Que debe cambiar, como debe pensar y obrar. Quiere saber cómo ir en pos de Cristo. Como comportarse dócil al Espíritu Santo. Y que impide la vida cristiana. Cristo nos dio a entender que una sola cosa es necesaria. (Lc.10,42). Un joven le dijo que lo dejara ir a sepultar a su ser querido y el Señor le contesto: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios.» (Lc. 9,60), la gente de hoy ya tiene mucho conocimiento de historia, no quiere cuentos o conferencias vacías, sus almas reclaman trascendencia, no pérdidas de tiempo. Es pues necesario que sea Dios mismo quien guíe a los testigos en su testimonio, que nadie pueda resistir ni refutar.


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