jueves, 28 de noviembre de 2013

“Ensálcenlo con himnos por los siglos”


Los planes de Dios no son nuestros planes, la vida trascendente viene de Dios, aunque el maligno quiera oponerse, lo que Dios ha dispuesto se realizara a pesar de todo, por eso el Señor nos anuncia una gran tribulación; aunque nosotros nos opongamos al plan divino este será una realidad. El hombre desde nuestros primeros padres nos hemos opuesto a vivir conforme lo ha establecido Dios, para que al final de los días en la tierra, acontezca el regreso al Padre, quien nos colmara de sus riquezas eternas que causaran la verdadera alegría. Mientras más oposición a Dios más sufrimiento nos espera, los misterios de Dios incomprensibles para nosotros: no porque Dios lo quiera, sino que lo permite porque respeta nuestra libertad, al menos en medio del dolor muchos se convertirán. Lamentable que sea así, pero nos la historia nos lo ha mostrado: la expulsión del Edén, el diluvio universal, la destrucción de Sodoma y Gomorra, las penalidades del paso por el desierto, etc.

En que colaboro yo para que no sea Lucifer quien lleve a la perdición para desgracia de las almas, sino que sea Jesucristo quien nos lleve a todos a la gloria prometida. Quizás querremos salvarnos nosotros individualmente, pero en los planes de Dios no está contemplado el egoísmo. Quizás querremos pensar que como estamos ya estemos salvados, pero nos dice el Señor, quien quiera ser salvado, debe hacerse un humilde servidor por amor. O también que ya no hay remedio que desde ya hay que asumir la desgracia. Pero el Señor nos dice que ha venido a rescatar la oveja que estaba perdida. De todas manera así no nos corresponda vivirlo a nosotros, el fin del mal acontecerá a costa de sacrificio pavoroso de la humanidad; y con el pequeño resto que persevere hasta el final, será retomado el Plan divino. Por eso nos anima el Señor, “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” Pero entonces mientras tanto, a nosotros nos corresponde con menor tragedia permanecer adheridos a Cristo, iluminados por el Espíritu Santo hasta el final de nuestros días. Dice san Gregorio Magno: “Mientras se acaba el mundo, del que nunca fuisteis amigos, la redención que siempre deseasteis se acerca".


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