viernes, 8 de noviembre de 2013

“Los hijos de este mundo, más astutos que los de la luz”


La astucia del interesado no proviene de Dios. Aquel personaje del pasaje a la visa de los demás estaba haciendo una obra buena, de misericordia; pero en su interior no germinaba el mismo sentimiento, su intención era sacar provecho para sí mismo, para su seguridad. Se parece a aquel que por medio de sus astucias mundanas ha conseguido bienes materiales y por momentos escucha el lamento de su alma que le pide hacer lo correcto; entonces da limosnas para auto justificarse, no está haciendo una entrega como servicio, con amor, sino tirando algo para aparentar ser bueno.

“Los hijos de este mundo” entendido como los guiados por el maligno, los que se hacen sus servidores, en general viven una doble moral. Sus acciones, sus palabras y sus intenciones no son coherentes, porque dentro de su corazón hay un sentimiento bien distinto, un sentimiento egoísta, calculador y mezquino. Lejos de pretender la salvación de los demás, lejos de querer hacer la voluntad de Dios, incapaces de darse por amor en servicio. Los bienes del mundo los emplean para acumularlos en fortunas macros sin saber qué fin tengan. Para derrocharlos en francachelas escandalosas. Para reprimir y para imponerse. Para tratar de manipular el mundo a sus maneras y en contra de lo que Dios ha ordenado (Cf. Gn. 2, 15) confían en sus capacidades y en la seguridad material.

El caso del administrador infiel y deshonesto. Nuestro señor Jesús quiere poner esta parábola para que sirva como ejemplo a los “hijos de la luz” a fin de que estos empleen todos los medios de este mundo para ganar amigos para el Reino de Dios. (cf. Lc 16,9-11) - (Como es que para cometer pecado ideamos todo tipo de astucia guiados por el engañador y en cambio para hacer el bien somos tan lerdos e incapaces y no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo). Equivocados aquellos que interpretan que en el pasaje evangélico, el Señor aplaude la violación de las elementales normas de la moral contempladas en el séptimo mandamiento. Tampoco está tolerando el engaño, la mentira, la trampa para hacer lo indebido.

Los hijos de la luz, son los que hacen la voluntad de Dios, los que obran guiados por el Espíritu Santo, con esperanza activa, con intensión de levantar al que esta devastado para que camine en pos de Cristo. El que lleva la verdad, el que obra con misericordia, el que se da por amor sin interés, porque está convencido que actúa en nombre de Dios quien quiere llegar a cada corazón para ejercer su Reinado amoroso y que aniquila la astucia del maligno.


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