sábado, 31 de agosto de 2013

Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor


El empleado al que su amo expulsó a las tinieblas exteriores no era un inútil. El amo sabía de sus capacidades, porque lo conocía y le confió lo considerable para trabajar y acreditar. Llevado a lo que quiere el Señor de nosotros, podemos destacar que Dios es quien nos concede los dones, los talentos, facultades, destrezas. Nos conoce muy bien porque nuestro espíritu y alma son hechura de sus manos y por orden natural nuestro cuerpo. Dios ha querido para cada uno de nosotros una misión y por tanto nos ha dotado de lo necesario para cumplirla. Pero nosotros con el transcurrir del tiempo nos apropiamos de lo que nos ofrece el mundo y dejamos de lado lo importante, los dones (virtudes) para el servicio que el Señor nos ha confiado.

Dios nos ha hecho libres, sostiene nuestra existencia, nos ha dejado el mundo para nuestro provecho. No nos abandona pero respeta nuestra libertad; libres para desarrollo del verdadero yo y para obrar en conformidad y con diligencia, para hacer rendir los dones naturales y las gracias sobrenaturales recibidas de Dios. Pero llega el día de rendir cuentas, de hacer un balance general de nuestra fidelidad y cumplimiento durante la vida terrena. “… la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de todas es la caridad” (1Cor13, 13)

Para la mayoría la idea misma de lo que acontece después de la muerte produce terror; se piensa más en la condenación y no en la victoria de la justicia y de Dios. Esa idea terrible es el sentimiento del alma que se pregunta: ¿Qué hemos hecho de todas nuestras posibilidades?, siente qué hemos quedado cortos ante la fe de Dios en nosotros y que hemos podido frustrar sus esperanzas, siente que nosotros no hemos sabido aprovechar el tiempo, se queja de nuestra negligencia, nuestra omisión, nuestra falta de compromiso y servicio, se queja porque no hemos sido capases de vencer los miedos para obrar con valentía. “Quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor” (Mt.20, 26). Nuestra mediocridad se refleja en: el poco compromiso, el poco amor que sentimos por nuestros semejantes, la poca generosidad, la poca interiorización en la oración. «Creo, Señor; ayuda mi incredulidad» este clamor quizás este en desuso para nosotros en estos tiempos.


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