jueves, 22 de agosto de 2013

Ven esposa de Cristo, recibe la corona eterna.


“En Israel existía la ley sobre el divorcio y estaba en armonía con la diferencia de status que la sociedad concedía al hombre y a la mujer (Dt 24,1).
Jesús no entra en las discusiones de los intérpretes de la Ley; no se entenderá su respuesta si se queda evaluando lo que está permitido o no.
Jesús dice: al principio; es una manera de referirse al proyecto de Dios creador con respecto a la pareja. Jesús se dirige a los que piden a Dios el sentido tanto del amor como del compromiso.

Ya no son dos. Esta re-creación de los que se aman no se hace sin Dios, sino que más bien es como un fruto de la alianza que ya los unía a Dios; la habían aceptado y era de por sí irrevocable. Sea cual fuere la práctica común del matrimonio o de la unión libre, no hay pueblo de Dios sin el matrimonio indisoluble. Esta “ley de Dios”, sin embargo, sólo puede ser entendida por los que han recibido de Jesús el Espíritu; de ahí la reacción de los discípulos.
Según su costumbre, Jesús no trata de excusarse por sus palabras tan exigentes, sino que al contrario toma pie de la queja de sus discípulos para revelar otra vocación más difícil de entender todavía”

El matrimonio es un reflejo del mismo amor de Dios. Pero no todos pueden con esto, según nuestro Señor Jesús. Pues ese proyecto perfecto, por el pecado se echa a pique, por tanto este estado necesita la ayuda divina. No es el hombre por sus propios medios quien pueda conservarlo con dignidad. Lo mismo que otros estados como la soltería, el sacramento del orden y la consagración. Todos vivimos en un esfuerzo continuo y difícil por permanecer en obediencia y es Dios quien nos da la mano y la paz para lograrlo. Pidamos la gracia al Espiritu Santo, nuestro Señor dador de vida.


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