sábado, 3 de agosto de 2013

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben


La historia de la decapitación de Juan el Bautista, acto de injusticia causado por la alevosía que causa el licor, la soberbia que habita en la mayoría de los mandatarios. Pero más adelante la palabra nos revela el peso de la conciencia que causa el pecado en el interior del pecador, manifestado en este caso, al confundir Herodes la persona de Jesús con Juan el que había hecho decapitar, aunque se hubiese entristecido en principio, pudo más la fuerza de la soberbia para hinchamiento de su fama y su poder.

En cierto modo, Juan tiene un parecido a Jesús. Humanamente “No ha nacido nadie más grande que él” (cf. Lc.7, 28). La muerte de Juan, igual que la muerte material de Jesús, tiene un contenido de injusticia, pasan por un encarcelamiento impune, sufren un "proceso" trucado y ambos suscriben con su sangre la verdad de Dios.

La creencia de Herodes revela una mentalidad limitada capaz de suponer que un muerto reviva en otra persona con poderes extraordinarios, posiblemente este creía en la reencarnación; hecho que es plenamente desligado de las cosas de Dios. Sus abusos de poder no solo por la decapitación de Juan, va mucho más allá; por tanto son también signos típicos de un dictador sin escrúpulos parecido a los que vemos hoy día en nuestro mundo; que llegan a ocupar curules con artimañas, para luego adueñarse de las vidas y de los bienes del su pueblo subyugado; auto justificando sus actos soberbios con argumentos de sanas razones.

Lo malo no es que hayan poderosos injustos, lo más grave es que nosotros, el pueblo, somos muy injustos y corruptos: Muchos tratamos de comprar conciencias; comulgamos con quienes cometen en muchos casos, incuso delitos; el mal lo hacemos gravoso en el que menos tiene y hasta lo justificamos el de los que tienen dinero; nos sentimos cómodos con el hedonismo, el relativismo, y otras culturas modernas; y los más sanos en algún momento robamos la señal de tv. Tratamos de echarles la culpa a los demás y no nos miramos por dentro. Entre otras cosas, esto nos hace incapaces para trabajar por la justicia, por la unidad y por el Reino de Dios en nuestros corazones. Ojalá fuésemos capaces, a ejemplo de Jesús y Juan Bautista, de denunciar el mal y proponer las bases de un mundo donde se practique la justicia y el amor. “El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.”



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