miércoles, 14 de agosto de 2013

Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida.


Hoy la iglesia conmemora a San Maximiliano Kolbe, franciscano, mártir y es impresionante su entrega al martirio. Más que el coraje de morir dando la vida por aquel sargento con esposa e hijos. ¡Es la fuerza del perdón! Todos los mártires mueren perdonando, como una experiencia extrema del perdón de Dios para con ellos. Pienso en nuestro mundo en que vivimos hoy, y que difícil se hace perdonar, que difícil llegar a la santidad como don de Dios, por falta del perdón.

En el pasaje del Evangelio de hoy el Señor nos quiere educar mediante la corrección fraterna, con amor, sin superioridades, con discernimiento de las causas y el consejo apropiado. El Señor nos impone un deber que poco se cumple como debe ser. El cristiano al vivir el precepto de la corrección fraterna deja de pensar en sí mismo, en el momento deja sus intereses personales y su buen nombre o cargo. Para poner todo eso en el otro, uniendo todo con Dios. Por mala interpretación y por falta de cultura se omite muchas veces y con esta omisión se causan grandes perjuicios, como ejemplo puede ser el caso de los moribundos, los que ven a sus amigos en el error grave y se omite este precepto, pensando en el disgusto, en el que dirán. Si existen problemas de convivencia. Si decimos pertenecer y trabajar por el Reino debemos abordar el pecado, llamarlo por su nombre. Por el hermano también tiene interés nuestro Padre Dios, porque somos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza. Pero debemos cuidarnos de hacer lo que muchos jefes, cuando éstos excluyen e incluyen, imponen o quitan, juzgan, condenan, declaran la culpa y las obligaciones sin tener en cuenta el amor, la fraternidad, la caridad, la humildad.

« Toda corrección, al momento, no parece agradable sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia en los que en ella se ejercitan.» (Hb 12, 11). También nuestro Papa emérito Benedicto XVI nos dice: «ES OBRA DE MISERICORDIA.- la corrección fraterna. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo ni ve bien sus faltas. Y por eso es un acto de amor útil para constituir el complemento el uno del otro, para ayudarnos a vernos mejor, a corregirnos... Naturalmente, esta gran obra de misericordia de ayudarnos los unos a los otros... exige mucha humildad y amor. Sólo se conseguirá si viene de un corazón humilde que no se pone por encima del otro, no se considera mejor del otro, sino sólo instrumento para ayudarse recíprocamente»


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