jueves, 22 de agosto de 2013

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.


La parábola que leemos hoy podemos diferenciar tres situaciones: la primera parte de la parábola nos muestra que Dios ha invitado a su Reino a todos que desde un principio ha llamado y ha considerado sus amigos. Pero estos han cambiado de parecer, se han dedicado a las complacencias del mundo y por tanto se quedan sin tiempo para aceptar la invitación. En segundo lugar manda llamar a todos incluso los forasteros, estos acuden y se llena la sala. Y en tercer lugar no falta quien quiera saltar la cerca del corral, quien quiera entrar al banquete sin las debidas condiciones.

Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros, y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Los que acuden, resultan siendo los beneficiarios del gran banquete, aquellos pequeños por haber puesto su confianza en Dios, los que parecen desapercibidos. Jesús se dirigió a ellos, los encontró en los caminos y muchos respondieron al llamado. Jesús ofrece su banquete a todos por igual; muchos acuden gozosos. Todos somos llamados en todos los tiempos. Pero no todos cumplen las condiciones para sentarse a disfrutar del banquete ofrecido. Ante Dios se cumple o no se cumple y siempre está el peligro de no darlo todo hasta el final; y estas condiciones pasan por una vida fundamentada de acuerdo al Evangelio, para una verdadera conversión, en debida obediencia a Dios, haciendo la voluntad de Dios. Estos requisitos revisten de dignidad, de traje apropiado para el banquete ofrecido por su Rey.

El Rey celebra las bodas de su Hijo, que es Cristo, el esposo (cf. Mc 2,19), el que reúne a la humanidad y la une a su persona. Esta obra grandiosa de reunir a los hombres para luego resucitarlos es la que se va realizando a lo largo de la historia, hasta el día en que todos se sienten a la mesa de los vivos (Is 25,6).


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