lunes, 12 de agosto de 2013

Amarán al forastero, porque forasteros fueron ustedes


En la primera lectura encontramos que por obediencia, Moisés se dirige a su pueblo diciendo: “Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien

Pero ese temor a Dios, en principio no podemos entenderlo como un pánico, horror o terror. ¿Cómo pudiera serlo si Dios es amor? Ese Dios que ha hecho lo visible y lo invisible, el todopoderoso: «se enamoró el Señor de vuestros padres, los amó, y os escogió a vosotros entre todos los pueblos». El temor, visto a ejemplo de la justicia en la tierra, se sabe que la pena o la multa tienen un límite y ya; también además, se pueden negociar y aplicar otros atenuantes según el caso. Pero la justicia divina no es cambiante, porque no es Dios quien impone las penas sino que es la misma alma, por ciencia infusa puede ver con plenitud toda su vida y se da cuenta quien fue y que mereció y se decide sin más. A ejemplo está el mismo lucifer, si el estado espiritual fuese cambiante, ya este se hubiese arrepentido. No lo hace porque afronta su desgracia eterna. No porque sea llevadera sino porque esa fue su decisión que no puede cambiar. En cambio nosotros mientras permanezcamos en la iglesia militante, en la tierra, tenemos la oportunidad de cambiar, (conversión) para ser santos, por mandato de Dios, (cf. Levítico 19,2—Mt.5,48)

Caminando juntos por Galilea, con esa cercanía que el Señor quiere tener con todos sus hijos, el Dios que camina con nosotros, porque existe una relación muy especial entre Dios y nosotros. Les quiere advertir lo que acontecerá con respecto a su dolorosísima pasión, para que no caigan en la falta de fe, en la desconfianza en el temer. Quiere hacer entender que es el único que puede con su sacrificio, redimirnos; que es lo único aceptable para que el poder de la muerte pierda su valentía. Es a precio de su preciosísima sangre que nos ha comprado, por su amor por nosotros, míralo allí suspendido en la cruz.

Luego según el Evangelio. Jesús por su calidad de Hijo, no estaba obligado a pagar aquel impuesto; sin embargo, para que su libertad no ofendiera el sentir común, en este caso como en otros, paga ese impuesto. Pero sobre todo porque no quería llamar la atención por otra causa que no fuera el cumplimiento de la misión, la invitación a la conversión, el anuncio del reino de Dios, la justicia como restablecimiento de la dignidad de la persona humana y el rescate de la esclavitud por el pecado, para obtener la vida por medio de Él. Paga el impuesto por medio de un milagro, quizá en ese momento no había dinero en la mochila de Judas. Quiere el Señor darnos ejemplo como cumplimiento de los deberes sociales y políticos de las sociedades en las que nos corresponde vivir.


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