miércoles, 31 de julio de 2013

Santo eres, Señor, Dios nuestro.


En el pasaje del Evangelio que leemos hoy, nuestro Señor Jesús quiere comunicarnos el valor supremo del Reino de los Cielos. Este Reino con abundancia de dones, belleza y que colma toda ambición, no es un lugar cualquiera, es de gran valor, por tanto el hombre no puede adquirirlo de inmediato, este debe ir a reunir las condiciones y actitudes para alcanzarlo. En primer lugar ha de ser con la ayuda divina, porque tampoco es algo que se pueda comprar con dinero ni canjear por algo material. Pero Dios se vale de muchos medios para atraer a quien tiene buena intención, en muchos casos se vale del dolor, del sufrimiento porque allí el hombre si se percata de su miseria, de su necesidad «Nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo» (S. Teresa de Jesús, Cam. Perf. 1,2).

Para lograr este valor supremo el hombre debe asumir la actitud de dejarlo todo en un segundo plano, posponer sus propios planes, dejar de confía en sus propias fuerzas, con plena decisión posponer la importancia de lo material para poner a Dios en todo momento en el primer lugar, permaneciendo y perseverando con gratitud. Como vemos no es fácil asumirlo por fe, tampoco es fácil cambiar nuestras propias costumbres, maneras de pensar y apartarnos del medio en que nos movemos. Y mucho más difícil cuando se goza de bienes materiales suficientes para complacer los antojos del cuerpo. Comúnmente se dice que al poseer riquezas ya se siente realizado, pero esto es sofisma porque por más bueno que se considere esta persona, por temor a perder y por la ambición de lograr algo más, este comete injusticia y que en muchos casos pasa como desapercibido.

Como la alegría del hallazgo de este tesoro, no precede de algo sino de alguien que es “Dios con nosotros”, que nos ama, nos perdona, nos libera, nos sana, nos reconforta, nos llena de paz, (…) aceptemos su Reino en nuestro corazón, dejemos que sea quien dirija nuestra existencia; Él lo sabe todo, quiere darnos todo a medida de nuestra fidelidad, nuestro compromiso, nuestra entrega, nuestro obrar, nuestra intención, nuestra fe y nuestra aceptación de su divina voluntad. Es nuestro Señor Jesucristo quien nos puede llevar al Reino de los cielos, si dejamos todo (conversión) por estas condiciones y actitudes.


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