lunes, 15 de julio de 2013

Quien pierda la vida por mí, la conservará


El pasaje del Evangelio podemos encontrar una paradoja de la fe. El enfrentamiento con los más próximos. (“Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn.12, 32). Cuando no entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la comunión. Seguir a Cristo implica ver las cosas desde otra óptica, lo que antes era seguridad para nosotros, ya no lo es; porque nuestro vivir se fundamente en el misterio del amor. Ya Cristo supera nuestros intereses por nuestras propias seguridades. Y ya es posible la vida en comunidad, porque Cristo es nuestro Rey amado por todos y que convive con nosotros.

Con Jesús podemos volver a entender los lazos familiares que en muchos casos nos han mantenido en una común mediocridad. Mientras vivamos oprimidos por el pecado, poniendo nuestro interés solo en lo material, surgen solo rencores, incomprensiones, egoísmo, individualismo, que impiden el ejercicio de las bienaventuranzas, la fraternidad y el mandamiento del amor. Por tal es momento romper costumbres o vicios antiguos, dentro del círculo familiar o social, para mirar con nuevos ojos a los que nos rodean y así comenzar a amarlos verdaderamente.

Quiere Jesús declarar su divinidad cuando pide que se le prefiera a él antes que a aquellos que amamos y de lo que más amamos. Pero ese sacrificio no es para nosotros una pérdida, sino una verdadera ganancia, porque nos liberamos y conquistamos así nuestra propia persona y a los nuestros. Porque ya no somos jefes ni nos sentimos subyugados, es el vivir el mandamiento del amor que nos habilita para permanecer y perseverar en la voluntad de Dios.


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