viernes, 26 de julio de 2013

Señor, tú tienes palabras de vida eterna


¿Cómo habremos de lograr que se realice lo que dice Dios del hombre dichoso? mediante la escucha y la puesta en práctica de todo lo que Él nos dice, para ello habrá que leer y releer, escuchar, obedecer y practicar con fidelidad y perseverancia. Y es por obra del Espíritu Santo, quien lo funde en nuestra alma como ciencia infusa y fortalece nuestro espíritu para ganarle a la voluntad de nuestro cuerpo carnal; es el Espíritu Santo quien nos concede los dones divinos y es quien nos habilita para el cumplimiento del mandamiento del amor. Lo que vemos hoy en las lecturas es suficientemente elocuente, pero si no es por la ayuda pedida al Señor y dador de vida, aunque lo leamos y lo entendamos, puede ser mensaje de un día para luego olvidarse o al menos, lejos de poner en la práctica. De tal manera que lo que llamamos nuestra disposición, no es otra cosa que la aceptación de la presencia y el obrar del Espíritu Santo; siendo conscientes de ello, estaremos en la obligación de ser dóciles con escucha para que nos lleve a la corrección con su divina gracia y es por nuestra fidelidad como el Señor día a día va puliéndonos, como el escultor da la forma a su obra a punta de cincel y martillo.

Por más que nos esforcemos nuestro progreso quedara corto si no es con la ayuda del Espíritu santo, “el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto” pero no es por nuestras fuerzas ya que nuestra voluntad tiende a lo carnal y es voluble, por tanto nos puede engañar. Es preciso más bien acogernos a nuestra intención que es más del espíritu; si nuestra intención es recta, Dios nos ayuda, nos protege, nos forma y nos envía. Nuestra intención en primera instancia sea por la contemplación del Espíritu Santo que quiere habitar en comunion con nuestro espíritu y nuestra alma, durante todo nuestro acontecer. Y para darnos cuenta de nuestro crecimiento espiritual, la principal muestra segura es la humildad, porque si aflora en nosotros el deseo de ser vistos como importantes, de ser alabados, con voluntad de sacar provechos personales, estaremos lejos de la acción del Espíritu Santo y lo que hay en nosotros es una gordura de soberbia por la cual queremos, en definitiva, ser dioses sin Dios. Muchas veces nos auto justificamos tratando de ser buenos, pero Dios espera más de nosotros, la cosecha haciéndola crecer con su gracia. De manera que no es una pasividad sino una actividad colaboradora con la gracia de Dios que transforma.

Los santos de hoy, Joaquín y Ana, discretos enseñaron y educaron a María en la docilidad espiritual y a hacer suya la Palabra de Dios, ayúdanos a nosotros también, con su intercesión ante el Espíritu Santo para que forje nuestra intención obediente por amor, a aceptar la presencia divina para recibir la gracia y poder vivir la voluntad de Dios.


 


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