sábado, 6 de julio de 2013

Alabad al Señor porque es bueno


En la práctica muchas costumbres o normas, nos ayudan a comprender como funcionan otras; pero que se hacen improcedentes cuando se cambia su filosofía, cundo no llevan a una edificación de la dignidad humana, con justicia y amor. Cuando no van con la aprobación de Dios para su alabanza, agradecimiento y para su gloria. Todos nuestros actos, como hijos de Dios deben ser y ofrecer para dar gloria a Dios, por medio de la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad. De manera que: la presencia del novio en nosotros su iglesia, nos produce alegría, fiesta, libertad, que están por encima de cualquier práctica o norma religiosa.

Piezas de paño nuevo y húmedo u odres nuevos, significa el nuevo Reino que ha venido a traer nuestro Señor Jesús, que va a renovar todo, pero sin dañar lo antiguo, sino para reparar y renovar lo viejo. Es dejar un poco las prácticas sin razón y que no llevan a un fin apropiado; para dar paso a las transformaciones que propone Dios en todos los tiempos. Para que todo tenga un sentido trascendente, actual y una razón concordantes con la divina voluntad. Ahora bien, no se trata de abolir lo antiguo por ser viejo, se trata de una renovación para que contengan el verdadero sentido.

La iglesia se ha preocupado por la renovación para un mejor entender, para estar a la vanguardia en los tiempos; sin cambiar la esencia. “la Esposa unida a su Esposo; unida, porque vive su vida; unida, porque participa de su triple misión… Unida de tal manera que responda con un “don sincero” de sí al inefable don del amor del Esposo, Redentor del mundo. Esto concierne a todos en la Iglesia, tanto a las mujeres como a los hombres, y concierne obviamente también a aquellos que participan del “sacerdocio ministerial”, que tiene el carácter de servicio. En el ámbito del “gran misterio” de Cristo y de la Iglesia todos están llamados a responder —como una esposa— con el don de la vida al don inefable del amor de Cristo, el cual, como Redentor del mundo, es el único Esposo de la Iglesia”(Juan Pablo II)



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