martes, 30 de julio de 2013

Explícanos la parábola de la cizaña


Dios se parece al agricultor que siembra trigo en su campo, pero este Agricultor tiene un enemigo incapaz, desgraciado que por soberbia quiso usurpar un lugar que no merecía; y busca como vengarse, cobardemente se vale de artimañas, pone allí en el campo una especie distinta que su fruto envenena. Dios ha puesto al hombre en esta tierra para que crezca espiritualmente y obtenga la vida, llegue al conocimiento pleno de la verdad mediante la obediencia; mandato que no cumplieron nuestros primeros padres. Ayer como hoy el maligno propone sofismas, engaños, tretas, para que el hombre desobedezca a Dios y corra la misma suerte que él, la desgracia, la condenación eterna sin Dios.

Para Dios sería más fácil acabar con los desobedientes, los que se han aliado al maligno sin percatarse del daño que se causan y que escandaliza. Sin embargo, prefiere esperar al tiempo de la siega. Sólo al final se distinguirá claramente el trigo de la cizaña. Pero cuál es ese final, en primera instancia el juicio particular y luego el juicio final y eterno. La parábola del trigo y la cizaña para el hombre de hoy parece figurada, imaginaria; quizás el mandato de la obediencia para nuestros primeros padres pudo ser igual, pero nos dejaron una herencia muy pesada. Si el hombre de hoy no se Hace obediente a Dios, se hace partidario del maligno y no solo se condena sino que deja una sucesión muy pesada a su alrededor. «Se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

La clave para obedecer a Dios está en el mandamiento del amor. Quien ama participa de los dones de Dios, de su paz, de su protección. Solo quien ama puede diferenciar el trigo y la cizaña, el bien y el mal. Por el amor que Dios siente por todas sus criaturas quiere su salvación, quiere que todos regresemos al origen después de pasar la prueba, después de haber batallado contra las propuestas del maligno. Dios quiere que al final lleguemos a gozar de sus promesas en el reino de los cielos. Es una propuesta abierta para quien quiera acogerla y en el momento que quiera, es como dos caminos puestos para nuestra libre elección: aceptar la gloria, que demanda sacrificios pues se trata de una batalla espiritual. O consumirse en la desgracia, que en principio por engaño se nos ofrece venturas para el cuerpo y que al final será desgracia para el alma. El destino de la cizaña (los servidores del maligno) es la desgracia eterna. Y el destino del trigo la buena semilla (los discípulos del Señor) es brillar, por su pureza donada, como el sol en el Reino de los cielos.

Porque estamos en el año de la fe y por conveniencia, los invito a leer la primera encíclica del papa Francisco: http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=520 


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