viernes, 14 de junio de 2013

Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.


San Pablo no agota maneras como demostrar que es un testigo de Jesucristo, quiere por todos los medios darnos ejemplo del afán apostólico. Lleva dentro de si el sentimiento de Cristo, el mayor anhelo de Dios, que es la salvación de las almas. Quiere mostrar la naturaleza y finalidad del ministerio que desempeña y del ministerio cristiano. Su actuar es concordante con lo que manifiesta, aun en medio de tribulaciones y dificultades. Pero, en Cristo, el sufrimiento y las dificultades son camino para la vida gloriosa tras la resurrección.

Todos sabemos que el matrimonio fue instituido por Dios; sin embargo muchas veces y en especial en este tiempo se quiere pretender que Dios cambie, que Él sea quien se acomode a nuestros caprichos, ¡que ilusos somos!. Y que ignorancia, si quien impulsa a que el matrimonio sea deteriorado y se vea como una carga insoportable, es el demonio. Es éste quien ataca a la primera célula de la comunidad eclesial, la familia. Para el “astuto” que todo este desparramado, disperso, pues ahí saca provecho. Porque cuando hay unidad, comunidad en nombre de Dios, allí está el Espíritu de Dios.

Nuestro Señor Jesús, habla del divorcio. (cf. Dt 24,1-4) Moisés lo había tolerado por la dureza de corazón del pueblo hebreo. Pero nos lo recuerda que desde el principio Dios estableció la indisolubilidad del matrimonio (cf.Gn 1,27; 2,24; Mt 19,4-6; Ef 5,31; 1 Co 7,10). La frase «excepto en el caso de fornicación» por causas de interpretación y léxico, no puede tomarse como una excepción del principio de la indisolubilidad del matrimonio que Jesús acaba de restablecer. Esta se refiere a uniones admitidas como matrimonio entre algunos pueblos paganos, pero prohibidas, por incestuosas, en la Ley mosaica (cfr Lv 18) y en la tradición rabínica. De tal manera que habría que interpretar como uniones inválidas por impedimentos desde su principio. 

Sin dejar de tener validez la prohibición del adulterio en la vida matrimonial.- “todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio” (5,28) y resalta el Señor, sobre los pecados de la carne, sobre los instintos como seres de la naturaleza, los cuales hay que controlar a la luz del Evangelio (sexto y noveno mandamientos), porque es el espíritu quien debe fortalecerse por gracia, para que el cuerpo se vulva obediente y no a la inversa como tipo irracional. Este estado ya no es individual, sino que es una familia en comunidad con Dios, como nos lo explica san Basilio: «No debéis creer que por haber escogido el estado matrimonial os es permitido continuar con una vida mundana y abandonaros a la ociosidad y la pereza; al contrario, eso mismo os obliga a trabajar con mayor esfuerzo y a velar con más cuidado por vuestra salvación» 


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