La lepra de hoy es el pecado, enfermedad terrible que mata. Por lo que el enfermo se excluye de la comunidad con Dios, de la fe y de la hermandad en Cristo. Puesto que lo que ofrece es aislamiento y mal ejemplo y el enfermo de hoy no va gritando “Impuro” sino que se hace servidor del maligno, puesto que ofrece es contagio, por la práctica de las diferentes formas de exclusión que existen: el individualismo, machismo, racismo, por religión, por clase política, por clase social, por clase económica, por títulos, cargos, en fin y tantas otras que impiden vivir en la comunidad con Cristo. Por tanto, se abandona, no da, ni quiere recibir amor; se genera pobreza, soledad, ingratitud; atrofia los sentidos y la sabiduría por falta de espiritualidad.
Dios es amor y espera que el enfermo se acerque y le diga, “Señor, si quieres, puedes limpiarme." La respuesta de nuestro Señor Jesús no se hace esperar, está dispuesta para todos en este tiempo que es “tiempo de gracia” Dios con nosotros nos ayuda a recuperar nuestra dignidad, pero por nuestra parte debemos cumplir lo que nos exige; y de esta manera podremos incorporarnos a la comunidad y a la sociedad católica de los practicantes. Y de este modo todos podamos pedir al Señor que nos de la facultad de permanecer y perseverar, sin exclusiones, sino con la capacidad de aceptarnos unos a otros, porque todos somos hijos de Dios quien nos quiere unidos a Él.
Dios el medico universal, quiere curarnos tocándonos, es decir quiere entrar en nuestra carne para reparar todas nuestra heridas para que hallemos la sanación y la paz. De nuestra parte requerimos ser conscientes de nuestra enfermedad, puesto que en medio de nuestro drama no siempre precisamos de nuestra situación personal. Dios quiere tocarnos como persona, no como un fantasma señalador de faltas; no como alucinación que quiera ponernos a volar un viaje fantasioso; sino como nuestro Salvador Dios amor, que nos devuelve la vida y la esperanza, nos aumenta nuestra fe y nos concede la paz y la unidad.
Pidamos a Dios que nos sane de la religiosidad, de una Iglesia acomodada a nuestras emociones y apetencias, del acomodamiento de un cristo de quitar y de poner, a medida de nuestra necesidad o conveniencia. Que nos haga ver nuestra enfermedad tal como es, la gravedad que implica o sea sus consecuencias. Que el Señor nos conceda el anhelo de reivindicarnos con sinceridad, con arrepentimiento y contrición; para ser dignos de su divina protección y nos conceda la fortaleza para vivir conforme a su voluntad divina.
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