miércoles, 12 de junio de 2013

Nos ha hecho ministros de una alianza nueva


Frente a un cristianismo blando, carente de virtudes, de principios, relativizado y desobediente a Dios, habría que actualizar el evangelio de hoy. “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas - sino a dar plenitud”. Las palabras del Señor nos mueven a reflexionar sobre quienes han cambiado la parte literal de la sagrada Escritura para acomodarla a sus caprichos, no leyeron este pasaje. Los que nos acomodamos haciendo vida nuestro propio criterio, no obedecemos a este pasaje. Los que enseñamos algo diferente, los que escuchamos pero que como que no nos dice nada, por nuestra sordera espiritual, tampoco cumplimos. Pienso en la responsabilidad que recae sobre nuestro hombro en el momento del juicio particular, donde yo voy a ver como en una película mi vida, seré el protagonista y juez de mi propio destino.

La plenitud que el Señor quiere dar es el mandamiento del amor complemento del decálogo; nos enseña la obediencia y la autoridad, nada de relativismo; pero al mismo tiempo compasión, ternura y acogida. La ley con amor lo puede todo, recrearlo todo, desde la raíz, desde la nada. A ejemplo miremos el pasaje de la mujer pecadora, “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más" (Jn. 8:11) y (cf.Lc.7, 36-50). Como también el pasaje del hijo prodigo, (leer todo el capítulo 15 según san Lucas). Y para que lo viviéramos en la práctica el mandamiento del amor nos regaló las bienaventuranzas. (cf. Mt. 5, 3-1). 

Como nos lo dice el Papa Francisco: "Las bienaventuranzas son los nuevos mandamientos y solo pueden comprenderse si se abre el corazón a la acción del Espíritu Santo”. Bueno yo dijera que es una actualización frente a las culturas de hoy día que quieren regirse por el dinero, el poder, el placer y la fama, para causar injusticia. De manera que soluciones si hay, es Cristo. Lo que no hay es voluntad en el hombre; está siendo dominado por las fuerzas del mal, este tipo de esclavitud le parece ser su destino y hasta un mal necesario. Es, pues, motivo para que el católico recapacite frente al pecado y sus consecuencias y sienta un verdadero deseo de acercamiento y docilidad a Dios, aunque parezca una perdida; así el hombre podrá recibir la gracia y la protección para obrar en consecuencia; y por la práctica de las virtudes vivamos el mandamiento del amor y que habite Dios en nuestro espíritu, (“Reino de Dios”).


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