sábado, 8 de junio de 2013

Éstos re­cibirán una sentencia más rigurosa


Nuestro Señor Jesús enseñaba, valiéndose de todos los medios y acontecimientos, pero estos que creían tener todo el conocimiento, que habían puesto cargas para el pueblo pero que ellos procuraban una vida holgada a dispensas, no le escucharon, oían su prédica y les sirvió fue para la crítica. Al contemplar los sucesos del presente capitulo nos sirve darnos cuenta como el pueblo de Israel ha rechazado el don de Dios y, por ello, Dios se creará un nuevo pueblo a través de una Nueva Alianza en su Hijo. De ahí que quiera ir a todas las naciones, ordene a sus discípulos, “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mar 16:15)

“Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2, 51). “La devoción al Inmaculado Corazón de María es inseparable de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Este movimiento devocional nos viene de San Juan Eudes (siglo XVII), quien, en principio, no separaba a los dos Corazones en su proyecto de culto litúrgico. Más adelante, el Papa Pío XII instituyó esta fiesta (1944), como una celebración independiente a la del Sagrado Corazón de Jesús. María, Madre de Jesús y madre nuestra, nos señala hoy que su Corazón arde de amor divino, el cual nos muestra su pureza total y que, atravesado por una espada, nos invita a vivir el sendero del dolor y de la alegría desde la entrega a la voluntad de Dios. La fiesta de su Inmaculado Corazón nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de Jesús. Y es que, en la Virgen, todo nos dirige a su Hijo. Así lo ha comprendido el Concilio Vaticano II.

Los Corazones de Jesús y María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por ello, nos consagramos al Corazón de Jesús teniendo, como medio de acercamiento, el de María. En este día, nuestra Santa Virgen nos invita a confiar en su amor maternal y a dirigir nuestras plegarias, pidiéndole, a su Inmaculado Corazón, que nos ayude a conformarnos con su Hijo. Venerar esta devoción especial significa, pues, no solo reverenciar el corazón físico sino también su persona como fuente y fundamento de todas sus virtudes. Amamos expresamente su Corazón como símbolo de su fidelidad a Dios y a los demás. Ella, quien atesoraba y meditaba todos los signos de Dios, nos llama a esforzarnos por conocer nuestra realidad profunda, aquel misterioso núcleo donde encontramos la huella divina que exige el encuentro pleno con Dios Amor”.


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