martes, 18 de junio de 2013

Que os ameis unos a otros, como yo os he amado.


El apóstol Pablo, confía que la colecta sea generosa en la comunidad de Corinto, exponiendo razones de comunión eclesial como es debido, de comunión de bienes, testimonios y gratitud con Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros. Pablo sugiere a los de Corinto que la solidaridad sea sensata y por agradecimiento. Es una manera de comprobar el crecimiento en las comunidades. Para nosotros hoy día se marca en gran medida la falta de generosidad y solidaridad, debido al individualismo y pérdida de fe. No caemos en a cuenta que debemos vernos como una familia en Cristo, que el amor debe traducirse en realidades concretas, que va haciendo al hombre perfecto como Jesús nos lo ordena, ser perfectos como nuestro Padre universal es perfecto, Dios está sumergido en el mar inmenso del amor y quiere participarnos de él.

Nuestro Señor Jesús propone amar hasta lo inimaginable hasta llegar donde no es posible sin la gracia, amar al enemigo y a los que nos persiguen, y en cambio de odio, que haya oración y suplica por aquellos que a simple vista no nos damos cuenta que lo que ocurre en su interior es la falta de Dios en sus corazones. Para esto un ejemplo: cuando hay una persona joven o adulto que ha carecido de afecto, ésta busca llamar la atención por diferentes medios, con el fin de buscar lo que necesita y solo mediante el amor esta persona puede superarse, dejándose amar por Dios. El católico debe adoptar esta actitud de amor sin límites, universal, sin esperar nada a cambio; aunque con frecuencia no sean correspondidos. Siguiendo el modelo de Dios, que manda luz, calor, agua y vida a todos por igual; a malos y buenos, a justos e injustos. y que la mayoría no lo reconocemos.

Una razón poco vista, pero importante a los ojos de Dios. Mediante el amor podremos vencer nuestros prejuicios y ver en el prójimo, el que nos odia o persigue es también, un hijo de Dios; y es precisamente allí donde esta Dios en espera de nuestra acción de amor, de misericordia y solidaridad, de nuestro deseo por la salvación incluso de quien consideramos enemigo o contradictor. “cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt. 25, 40) ¿Cómo podremos alegar que a Dios no lo vemos, si está allí escondido en el corazón de quien necesita cambio y conversión? “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse” (Lc.15, 7). ¿En que medida estamos nosotros aportando para ese gran deseo de Dios, para agradar y dar gloria Dios?


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