lunes, 24 de junio de 2013

Es necesario que él crezca y yo disminuya

Hoy, celebra la Iglesia la solemnidad del nacimiento del Bautista.No era él sino el Emanuel, con razón, Juan Bautista puedo decir del Señor nuestro Salvador: "hace falta que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3,30). Juan: "Él es la lámpara que arde y que alumbra" (Jn 5,35). El último profeta disminuye para dar paso al Evangelio de Cristo. Es el paso de la oscuridad a la luz. Es el posicionamiento de la verdad frente al equívoco. "la voz del que clama en el desierto: «Haced recto el camino del Señor"(Jn.1, 23) Es para nosotros una reflexión para actuar. Para dejar nuestro endiosamiento y que sea Cristo el más importante, mientras que nosotros solo seremos sus siervos inútiles, que debemos ir en su presencia presentándolo a los demás como nuestro salvador. «Te he puesto para ser luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los extremos de la tierra».(Isa 49:6) 

Ya Dios se lo había dicho por medio de su embajador a Zacarías, entonces siendo conocedor de la misión de su hijo como Precursor del Dios encarnado (1,14-17), entona un canto hermoso de alabanza a Dios -el Benedictus-, en el que reconoce la acción salvadora de Dios con Israel (vv. 68-75), que culmina en la venida del Señor mismo preparada por el hijo de Zacarías (vv. 76-79). Estas dos atribuciones de Dios -Señor y Salvador - son las mismas que el ángel asignará a Jesús en su anuncio a los pastores (2,11).

San Juan no se hace acreedor de vanagloria, entendió muy bien su misión, su embajada tenía como propósito anunciar la proximidad del Mesías: “Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia” (Jn. 1:27)  y con su bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambio, para aceptar la venida de Dios a visitar a su pueblo para liberarlo de la esclavitud espiritual, para un despertar, para una diligencia; de lo contrario la gente de su tiempo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de nuestro Señor Jesús y Dios nuestro. 


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