miércoles, 5 de junio de 2013

El Dios de la gloria escuchó sus oraciones


Continúa la historia de Tobít. Tanto él como Sara, sienten que el mundo se ha acabado para ellos, pero en vez de la desconfianza, entran en oración humilde y piden a Dios para que haga su santa voluntad, con corazón contrito por el pecado cometido o heredado. Al final del relato encontramos que el dedo de Dios viene a solucionar lo que para ellos era un imposible. Como leemos en el Salmo (51:19)  “El sacrificio grato a Dios es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, Dios mío, no lo desprecias”.

No es Dios de muertos, sino de vivos”. Dios está donde hay vida. Lo palpamos y lo podemos verificar por medio de la misma acción de Dios. Sin embargo siempre habrá quien quiera desacreditarlo; los aristócratas saduceos, que no creen en la resurrección, pretenden encontrar en el Señor alguna equivocación. Con su respuesta de paso nos quiere ilustrar sobre la vida eterna; ya no es lo mismo, “no se casarán ni ellas ni ellos”, las condiciones de vida cambian, es una dimensión diferente a la nuestra, “a imagen y semejanza de Dios”, es una vida espiritual donde ya no puede haber muerte. Plenitud concedida por donación de Dios, el Señor de la vida. De paso nuestro Señor ratifica así la enseñanza sobre la resurrección.

«Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano querida por Dios desde la creación (...)(cf.Ap. 21,2,9). La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua» (CatC. 1045). Rompe cualquier idea errónea sobre reencarnación o de hombres y mujeres sin espíritu y alma. Todo lo que Dios crea está destinado para su gloria, cuanto será su gozo cuando una criatura que ama, logra superar el paso por el desierto, para llegar a su destino. Es más que el gozo de ver al vencedor de una competencia atlética. “habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta” (Lc.15,7) Para ello Jesús dio la clave: "Si me amas, guarda mis mandamientos" – todos - es necesaria nuestra obediencia para recibir el amor de Dios y poderlo amar en espíritu y en verdad.


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