viernes, 21 de junio de 2013

El Señor libra a los justos de sus angustias.


Nuestro Señor Jesús quiere insistir en la importancia de la vida espiritual, por eso el hombre anhela un tesoro con cuya posesión piensa encontrarla seguridad y a felicidad, y Jesús quiere que no lo busquemos en el lugar equivocado. Hay ocasiones en que el dinero hace falta para juntar tesoros reservas para el cielo, pero con Dios. Con los ojos puestos en Dios y no en el dinero, ni en ningún otro ídolo. “No acumuléis tesoros en la tierra... acumulad mejor tesoros en el cielo” si acumulamos lo material en la tierra, nuestro ojos estarán puestos en ese ídolo y en vez de ser dueño de ello, somos sus esclavos. Y Dios quiere nuestra libertad; es condición primordial para que Dios haga morada en nosotros. Además nosotros lo sabemos que tiene mayor valor la salvación que los ídolos de este mundo. El dinero es necesario pero con los ojos puestos en Dios para hacer la obra en el necesitado y para ganar amigos para el cielo.

El Señor quiere que nos apartemos no solo del dinero sino de todo lo que quita la mirada a Dios. Nos advierte que todo lo material que consideramos como valioso nos lleva a la vanagloria, y nos podemos apartar de Dios, perder su protección y su amistad divina. Entonces es válido vender el tesoro terreno y comprar la salvación.
La lámpara es el símbolo del alama; "Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme". (Sal 51:12) O sea no es lo físico sino la intención; cambiamos a Dios por las cosas, al poner todo nuestra capacidad, intensión y tiempo; cuando lo primero es Dios. Es en nuestro interior donde se componen pensamiento y acciones que nos hacen alejar de Dios. “Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre” (Mat 15:18)

En la práctica diablo puede ayudar al hombre impuro a conseguir dinero, porque sabe que lo tiene asegurado y que lo material no le permitirá sentir la necesidad de Dios; pero si este desgraciado validado por la acción de Dios, acepta y se vuelve a Dios, el diablo le pasa factura de cobro con intereses altos y que ante esta realidad saldrá airoso solo con la paz que Dios concede. Por los tesoros de este mundo el hombre se hace individualista, injusto, avaro; por él se cometen los peores pecados; por él se pierde la fraternidad, la misericordia, el sentido de hermandad, de comunidad y ve al desfavorecido como un parásito. El que acula muestra sus tenencias, no muestra a Cristo; tampoco reconoce que Dios se lo ha permitido. “Entonces le diré a mi alma: "Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?» Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios” (Lc. 12, 19-21)


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