miércoles, 26 de junio de 2013

Por sus frutos los conoceréis.


Para nosotros el tiempo pasa y parece que todo termina, en cierto modo es así, pero no tenemos presente que nuestra vida es eterna y por tanto no podemos perder las esperanzas ni desconfiar de Dios. Abraham “padre de la fe” escucha una promesa de Dios, pasa el tiempo, ya viejo piensa que no habrá alguien de su familia para heredarlo. Pero viene la mano de Dios a intervenir, a cumplir. Abrán anonadado al contemplar lo que Dios le está manifestando, y a pesar de sus dudas y temores, Abrahán le creyó al Señor. Quien decida seguir al señor debe prepararse para la prueba.

Nuestro Señor Jesús, por medio de san Mateo, nos quiere advertir sobre la falsedad. Quizás más que en todo tiempo pasado estamos frente a esa realidad. El hombre de hoy, individualizado, siempre piensa en su provecho avaro y con frialdad pasmosa actúa en contra de la verdad, valiéndose de todo lo que esté a su alcance y de lo que puede convencer. Por lo tanto no podemos declinar de los dones del Espíritu Santo, es con el discernimiento donado que podemos diferenciar lo bueno de lo malo.

También a pesar que debemos confiar en los demás, debemos ser precavidos, como nos lo quiere enseñar el Señor, no debemos fijarnos solo en las apariencias, en las palabras, por ostentar títulos, por ocupar cargos, por lo que tengan o como vayan vestidos. Cuenta lo que lleven por dentro y de esto será su fruto. No solo lo que exteriorizan sino el amor que reflejan, su ejemplo, su coherencia, lo que reflejan sus vidas y sus frutos.

Tampoco podemos ser “lobos vestidos con piel de ovejas”, porque “seremos cortados y echados al fuego”, por más disfraz “entere cielo y tierra no hay nada oculto”, lo que hay es confusión, engaño y mentira. No basta decir: "Señor, Señor!". Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe" (Sant 2,18).


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